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¿alguien sabe quien escribio erdkunde en el siglo XIX y quien fue emmanuel de martone?


¿alguien sabe quien escribio erdkunde en el siglo XIX y quien fue emmanuel de martone?

Tema ¿alguien Sabe Quien Escribio Erdkunde En El Siglo XIX Y Quien Fue Emmanuel De Martone?

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Question by zuge5: ¿alguien sabe quien escribio erdkunde en el siglo XIX y quien fue emmanuel de martone?

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Answer by Diegoelmejor
esta es la literatura del siglo xix :

En el siglo XIX aparece un nuevo tipo de literatura de divulgación científica, en cuya génesis influyen de manera destacada dos concepciones intelectuales de la época: el socialismo romántico y el positivismo. El primero, por su énfasis en la ciencia y la industria como elementos que habrían de guiar al hombre hacia un porvenir de felicidad y armonía, dentro de un mayor progreso material y moral; ello supondría la configuración de una sociedad más feliz y adecuada al hombre del mañana. El positivismo, en segundo lugar, lleva consigo una nueva visión del mundo y una nueva manera de actuar en todos los campos de la actividad humana. Con él, la razón se convierte en el único principio válido. En la literatura, las ideas positivistas de Comte, influirían en la aparición de un nuevo tipo de novela, la novela «realista», basada en una completa verosimilitud de todos sus elementos.

Sería injusto adjudicar al auge científico y tecnológico del siglo XIX la aparición de la divulgación científica en la literatura. Es mejor afirmar que es en este siglo cuando nace una verdadera necesidad de vulgarizar todos los conocimientos amasados por la ciencia. Necesidad que estaría vinculada con la formación del nuevo hombre del mañana y la sociedad futura.

Los Viajes extraordinarios de Jules Verne nacen en un buen momento. En el instante en que la ciencia y la industria estaban en pleno florecimiento y favorecidas, en Francia, por el ambiente político creado bajo 1a dictadura de Napoleón III. Momento plenamente optimista en el que parecía cumplirse la profecía de una Nueva Edad de Oro que propugnaba Saint-Simon.

Las novelas de Jules Verne responden a un plan educativo diseñado por su editor, el sansimoniano J. Hetzel, y dirigido a la formación de la juventud. Consistiría, en principio. en despertar el interés por la ciencia, divulgar los conocimientos científicos, y formar a los dirigentes de la sociedad del futuro.

Pero haríamos mal en querer simplificarlo de este modo. Los Viajes extraordinarios no sólo consideran el saber científico. Pretenden, además, formar a esa juventud en unos determinados valores como son la solidaridad, la fraternidad, la justicia. Valores, todos ellos, que responden a los ideales socialistas románticos.

¿Qué es un Viaje extraordinario? Michel Serres nos lo define así: «Es un viaje ordinario en el espacio (terrestre, aéreo, marítimo, cósmico) o en el tiempo (pasado, presente, porvenir: Ayer y Mañana), un recorrido de tal punto dado a tal otro deseado»; «en segundo lugar, es un viaje enciclopédico: la Odisea es circular, recorre el ciclo de la Sabiduría»; «por último, es un viaje iniciático en el mismo sentido que el periplo de Ulises, el Éxodo del pueblo hebreo o el itinerario de Dante».(1)

Los relatos de Verne pertenecen a la literatura de divulgación científica. Son novelas llenas de saber científico presto a ser divulgado, enseñando sin dolor. El lector, a través de los Viajes extraordinarios, y a diferencia de otras formas de vulgarizar el saber, se introduce en la aventura aprendiendo por la propia experiencia. Recorre de la mano del iniciador el espacio de los conocimientos, el espacio de la mitología. Todo ello sin perder de vista la Razón. De esta forma, las novelas de Verne responden a esa llamada positivista que inundaba la literatura de finales del XIX. El protagonista de sus aventuras nunca penetrará en el campo de lo inverosímil, lo imaginario. Nunca serán «ciencia ficción» y sus anticipaciones no serán muy afortunadas, limitándose a ser meras reconstrucciones noveladas de proyectos que estaban en el ambiente científico del momento. Se rompe así, cualquier idea preconcebida sobre este autor.

No obstante, a pesar del desencanto, nos introduciremos en el mundo Verne a través de un interesante itinerario. En primer lugar, para acercarnos al por qué de la necesidad de los Viajes Extraordinarios, daremos una visión del ochocientos basada en la influencia del socialismo romántico y en el desarrollo científico. Seguiremos, en segundo lugar, destacando la consideración que otorgan estos relatos a la ciencia. Por último, nos centraremos en el interés que desde el punto de vista geográfico pueden tener estos Viajes extraordinarios. No debemos olvidar el interés que despertó la geografía entre el público del siglo XIX, ya sea por los nuevos descubrimientos y exploraciones, o por el afán de aventura. Por otro lado, sabemos que J. Verne estuvo muy atraído por ella, la más romántica, descriptiva y la que mejor respondía a los designios de los profetas de la Nueva Era, quienes propugnaban el completo dominio del planeta por el Hombre.

Acerca de Jules Verne

Jules Verne, primogénito de una familia de cinco hermanos, nació en la ciudad de Nantes el 28 de febrero de 1828 en el seno de una familia acomodada. Su padre, Pierre Verne, era abogado hijo de juez. Su madre, Sophie Allote de la Fuye, descendía de una familia de armadores enriquecida gracias al comercio colonial. La situación económica de sus padres le permitió una esmerada educación. Los dos hijos mayores varones, Jules y Paul, estudiarían, primero, en el Petit Séminaire y, más tarde, en el Licée Royal de la citada ciudad.

La vida de Jules estaba ya determinada. Como hijo mayor habría de seguir la carrera de su padre. De nada serviría su desmesurado y temprano amor por el mar, el espacio de la libertad y la aventura que le llevarían a los once años a una primera fuga del hogar. Durante su infancia merece destacarse la influencia negativa del padre («hombre pío, implacable y exacto»),(2) el amor no correspondido hacia su prima Caroline, el amor fraternal hacia Paul, y su pasión por el mar y la navegación. Cada uno de estos aspectos se verá más tarde reflejado en su obra. Estudia el bachillerato en el Liceo (1845), y será en esta época que se descubren sus primeras manifestaciones literarias: es asiduo a una tertulia literaria que se desarrolla en una vieja librería de Nantes.

Hacia 1847 un hecho crucial marcó y cambió el rumbo de su vida. La negativa de Caroline a su propuesta de matrimonio le conminó a salir de Nantes. Sus estudios de leyes se convertirían en la excusa para esta huida, iría a Paris.

Estamos en 1848. Verne vive medio emancipado en la capital francesa y es la época de la revolución. A pesar de que sólo vivirá ciertos momentos de estas luchas, madurará sus simpatías y su pensamiento político. Las consignas son amor a la libertad, a la república, y odio al despotismo.

Instalado en el barrio latino de París, rodeado de deslumbrantes figuras literarias, asiste a los «salones de Madame» donde se realizan tertulias de todo tipo, pero frecuentemente literarias. En este ambiente conoce y traba amistad con A. Dumas (padre) quién se convertirá en su mentor literario. El le abrirá las puertas de su Teatro Histórico en el cual estrenará obras sin excesivo éxito.

Todo el periodo comprendido entre su decisión de vivir de la pluma y sus primeros éxitos con sus novelas en la editorial Hetzel, constituye una etapa de penuria económica en la que debe alternar la literatura con otros medios para ganarse el sustento. Pero no todo es miseria. Es en este momento que concibe su gran proyecto. Su asistencia frecuente a la Biblioteca Nacional, único medio para olvidar el hambre, le permite descubrir el pensamiento social de Saint-Simon y Fourier y la importancia de las ciencias en la actualidad. Para su futuro plan literario era preciso, ante todo, poseer una buena base de información científica, y para ello se requería una sólida posición económica a fin de eliminar preocupaciones.

A partir de ahora, parece que la suerte le viene de cara. Obtiene trabajo como agente de Bolsa a través de la que sería su futura esposa, Honorine Viane, joven viuda con dos hijas que le causarían innumerables problemas. Se esposaría con ella el 10 de enero de 1857.

El último gran suceso que le encaminaría en la creación de una novela de la ciencia sería el descubrimiento de su editor: J. Hetzel. Este le abriría las puertas al mundo y a la fama. Serán más de cuarenta años de producción literaria en la que subyacerá una sola idea: la visión enciclopédica de un hombre que vivió inmerso en los avances científicos y tecnológicos de su tiempo y que supo reflejarlo de forma insuperable en sus relatos. Unos relatos, sin duda extraordinarios, cuya elaboración no puede desligarse de dos ideas profundamente sentidas por su autor: el socialismo romántico y su fe en la nueva ciencia. Antes de adentrarnos en el análisis de la obra literaria será preciso aludir al marco social e intelectual en el que se desarrolla.

Socialismo romántico

Llamamos socialismo romántico a aquel movimiento que aparece tras la Revolución francesa al abrigo de la estabilidad napoleónica, y cuyos elementos definitorios son su fe en el hombre y en el progreso. Alexandrian(3) nos lo define así: «el socialismo romántico es la infancia y la juventud del socialismo; […] la infancia con su frescura de alma, sus nuevas esperanzas, sus temores, su deliciosa imaginación; su juventud con sus turbulencias, su avidez de conocimientos, su impulso a favor de la justicia y la libertad». Es, en definitiva, «un amor ardiente por la humanidad».

Si durante la Revolución francesa, Robespierre y Babeuf realizaron los primeros intentos de implantar el socialismo, convirtiéndolo en algo que podía llevarse a la práctica, tras ella volvería a sumergirse en el plano teórico y no seria hasta finalizado el periodo napoleónico que emergería de nuevo. Nacería con toda la fuerza del romanticismo, con su mirada puesta en la felicidad futura, lejos de la utopía: «el porvenir es la página en blanco donde el hombre proyectará sus sueños; el mundo es un poema épico cuyas palabras son los individuos, las estrofas los pueblos; su siglo, el de los profetas de la era industrial».(4) En el instante que las conciencias europeas sintieron decaer su orden social, surgen los nombres de Saint-Simon, Owen, o Fourier. Estos tres personajes se creyeron los nuevos profetas y los únicos capaces de salvar el mundo de la crisis que le azotaba, y proporcionar esperanzas y proyectos futuros a la sociedad. Los tres proponen sistemas eudemónicos, es decir, sistemas cuya principal meta sería conseguir el bienestar o la felicidad del hombre. Sistemas socialistas basados en la completa realización del hombre, en el desarrollo de sus capacidades y en colmar sus necesidades físicas, morales e intelectuales. Como lo expresa F. Manuel: «los utópicos se empeñaron en descubrir la esencia profunda de la naturaleza humana y en crear una estructura social nueva a base de los rudos materiales que la realidad les ofrecía: la razón del hombre, sus instintos, sus deseos, sus capacidades, sus necesidades».(5)

Nos ocuparemos principalmente de los representantes franceses del movimiento, que son los que nos afectan directamente. Se trata de Henri de Saint-Simon y de Charles Fourier. El pensamiento de H. de Saint-Simon se puede centrar según S. Giner, en una pregunta: «¿Cuál ha de ser el nuevo principio ordenador de una sociedad posterior a la Revolución francesa y al Siglo de las Luces?».(6) Si, inicialmente, Saint-Simon adjudicaba dicho papel principal a la ciencia y los científicos, más tarde serán la industria y los industriales quienes ocuparán este lugar privilegiado en la dirección de la nueva sociedad, relegando a los científicos a constituir otro grupo director subordinado al anterior.

De hecho, la sociedad sansimoniana constaba de dos grandes clases: los productores -la clase privilegiada- y los no productores. Entre los primeros hallamos aquellos grupos sociales relacionados con el proceso de producción de bienes, ya sean de consumo, científicos, o culturales. Los no productores, no intervienen en la creación de riqueza y por tanto no merecen derecho alguno. Son, usando un símil que tanto gustaba a Saint-Simon, las abejas obreras y los zánganos, respectivamente.

Saint-Simon estructura su nueva sociedad según tres tipos de cualidades y necesidades en los seres humanos: la cualidad motora, la racional y la emotiva. En la primera incluye a los industriales, que representan la fuerza motriz y los que administran la nueva sociedad. En la segunda incorpora a los científicos que con sus críticas y enmiendas se convierten en guías de la acción social. Por último, en la capacidad emotiva sitúa a los poetas, artistas y moralistas que son los que idearían los proyectos de la nueva sociedad, y los que le conferirían una gran cohesión. En esta sociedad platónica sería impensable cualquier tipo de envidia o competencia entre los grupos. Todos ellos se comportarían y se integrarían armónicamente en esta gran empresa social. Cierto es que no existiría igualdad orgánica, pero sí en cuanto a las oportunidades. En este sentido se daría «a todos los miembros de la sociedad las mayores facilidades para el desarrollo de sus facultades».(7)

El fin de la nueva sociedad sansimoniana sería el de lograr un mayor progreso material y moral, y para ello, como explica F. Manuel, «el proceso civilizador tendería a transferir el objeto del ansia de poder de los hombres a la naturaleza».(8) De esta forma, se pasaría de una explotación del hombre por el hombre, a una explotación de la naturaleza por parte del hombre.
La futura sociedad tendrá como única religión un nuevo cristianismo basado en la realidad de la verdad científica positiva y en el amor fraterno entre los hombres. La Edad de Oro será, en definitiva, una época de progreso y felicidad para los habitantes de la Tierra.

Charles Fourier es otra de las figuras destacadas dentro del movimiento socialista romántico. Sus ideas son más radicales, más elaboradas, y a menudo más fantasiosas que las del conde de Saint-Simon. La sociedad que propugna tiene como meta la satisfacción de todos los placeres y necesidades humanas. Es, en resumen, un grito contra la penuria económica, la castidad, el individualismo y la represión: una crítica completa a la sociedad de la época. La diferencia más notable que le separa de Saint-Simon es, como especifica F. Manuel, que mientras que éste «intentaba nada menos que cambiar la naturaleza humana, Fourier. por el contrario, tomaba al hombre tal como era, un ser lleno de pasiones y deseos, y combinándolas esperaba hacerlo feliz».(9) Es decir, que mientras que Saint-Simon trabaja con grandes grupos, Fourier lo hace con individuos, con su variedad de caracteres.

Por otro lado, coinciden en la importancia que ambos conceden al trabajo, actividad con la cual el hombre se identifica y autorrealiza. El trabajo deja, de ser así, aquella actividad esclavizadora para convertirse en una actividad necesaria por la que el hombre se integra plenamente en la sociedad y en el futuro.

Fourier organiza su sociedad en unidades básicas de vivienda y trabajo denominadas falanges que reunen a unas 2.000 personas, aproximadamente. Cada falange habitaría un gran edificio cooperativo, denominado falansterio, en el que se realiza una vida comunitaria. Cada falansterio poseería sus propios graneros, almacenes, centros industriales, bosques, jardines. Son unidades autosuficientes.

La sociedad fourierista ha de estar bien reflejada en el tipo de ciudad en donde habita. La ciudad de Fourier integra el mundo natural dentro del paisaje urbano convirtiéndose en un conjunto armónico. La ciudad diseñada por Fourier, al igual que su sociedad, se convierte en un modelo abierto a todo individuo, con un valor universal y eterno.

Uno de los fundamentos básicos de la nueva sociedad fourierista lo constituye el garantismo. Esta especie de Seguridad Social se convierte en el motor que permitirá, por un lado, la organización de la sociedad en falanges y, por otro, garantiza a sus miembros el colmar cualquier tipo de necesidad en caso de accidente, enfermedad, trabajo, o necesidad física. Gracias al garantismo, «cuando el mundo viva organizado en falansterios, la Era de la Armonia, se transformará la faz de la Tierra con grandes obras colectivas»,(10) como podrían ser la construcción de un canal entre el mar Mediterráneo y el mar Rojo, o la temperización del clima en las altas latitudes.

Cabe citar, por último, a un personaje que no se suele incluir dentro del marco del socialismo romántico, pero que, sin embargo, contribuyó con sus conceptos e ideas a la configuración de la nueva sociedad. Se trata de Augusto Comte y del positivismo.

Para Alexandrian, el positivismo de A. Comte es «la forma definitiva [que no quiere decir perfecta] del socialismo romántico»,(11) nacido en el momento en que la actividad apostólica de los sansimonianos cesaba. Con sus mismos orígenes y ambiciones.

Al igual que sus predecesores, Comte comprende que su sociedad está en crisis y que urge una reforma radical. Existe un desfase entre el progreso material y el intelectual, es decir, que la mayoría de las mentes no están preparadas todavía para aceptar los progresos que se estaban llevando a cabo. Se precisa de una reforma intelectual partiendo de una educación intelectual de las voluntades y los espíritus. En otras palabras, una educación racional cuyo método será el utilizado por las ciencias fisico-matemáticas: el positivista. Tal como lo expresa J. Marías, «es menester homogeneizar todas las concepciones humanas hasta reducirlas a un estado definitivo de positividad».(12) El positivismo de Comte nace de la necesidad de establecer una nueva definición de la realidad a partir del método de conocimiento de esta realidad: el método científico, esto es, el conocimiento de los fenómenos y sus regularidades a partir de la observación y el razonamiento.

El positivismo de A. Comte es, pues, un proyecto de reforma social a partir del espíritu científico. Como escribe S. Giner, «desde el momento que los hombres empiezan a pensar en términos científicos, la actividad más importante de las comunidades deja de ser la disputa entre los hombres y pasa a ser la guerra contra la naturaleza, lo que requiere del ejercicio sistemático de la razón para que la sociedad la pueda explotar para su propio bien».(13) Dos elementos fundamentales en la sociedad comtiana lo constituyen la sociología y el altruísmo. Designan respectivamente la ciencia y el sentimiento que permitirán el progreso social. La sociología o física social, esbozada ya por Saint-Simon, es para Comte la ciencia suprema que integra todo el saber humano. Es, como dice Alexandrian, «indispensable en un sistema filosófico completo y en una educación homogénea», y «es en política la base racional de la acción del hombre sobre la naturaleza».(14)

El altruísmo, por su parte, es el sentimiento que ha de inundar la nueva sociedad positivista y lo que permitirá la integración y universalización del hombre. El hombre, de este modo, deja de tener sentido por sí para adquirir significado solamente en relación con la Humanidad, el «Gran Ser», dentro del cual los hombres hallan la felicidad, y su completa realización. El altruísmo es, en definitiva, un sentimiento que tiene el amor como fundamento, el orden como base, y el progreso como fin.

La Revolución de 1848 surgió inesperadamente. Las mentes no estaban preparadas para esta insurrección. No obstante, podía convertirse en el momento vaticinado por los nuevos profetas, a partir del cual el mañana sería necesariamente mejor. Sin embargo, tras un breve período en el que parecían dominar estas ideas, la realidad de las urnas asestaría un golpe casi definitivo a este movimiento.

A pesar de todo, aquellos jóvenes que asistieron a ese momento de exaltación romántica, adscritos o no posteriormente a las nuevas voces socialistas, aportarían todo un legado de esperanza en el Hombre, en el Progreso, y en el Mañana.

La nueva ciencia, la nueva industria

En el momento de realizar un estudio sobre el siglo XIX, nos encontramos necesariamente dos elementos fundamentales: la ciencia y la industria. Ambos se configurarán en el motor del progreso, por el cual, el futuro habría de ser necesariamente mejor. Pero no se trata de la ciencia y la industria que habían existido hasta entonces. Nos referimos a la nueva industria nacida a partir de la aplicación de nueva tecnología -la máquina de vapor- y a partir del nuevo capitalismo industrial y burgués que, como señala Max Weber, surge en el mundo occidental gracias a «la organización racional del trabajo», «del capital fijo y del cálculo seguro» de los beneficios.(15) Nos referimos también, a la nueva ciencia positiva que encontrará en la industria su principal lugar de aplicación. Esto es, la aplicación consciente de la ciencia.

Revisemos en primer lugar las características de la ciencia a lo largo de este período, para enmarcarlas posteriormente dentro de un contexto general.

¿Qué aspectos encontramos en la ciencia de finales del XIX que no hallemos en la de principios de siglo? Señalaremos dos características esenciales: la positivización de las ciencias en general, y la incorporación del elemento histórico.

Con la positivización de las ciencias queremos indicar la incorporación del método positivista dentro de la investigación científica. Comte define la palabra positivo como aquello que designa lo Real frente a lo quimérico; lo útil frente a lo ocioso; la certidumbre frente a la indecisión; lo preciso frente a lo vago; lo positivo frente a lo negativo,(16) lo relativo frente a lo absoluto.(17) Para Comte, el saber positivo es el saber de los hechos concretos. La ciencia positiva, por tanto, sólo es ciencia en cuanto se limita a observar, medir y verificar las observaciones medidas. Es decir, «en cuanto nos sobrepone en la medida de lo posible a la investigación inmediata de los hechos concretos, substituyéndola por la previsión racional»,(18) que no es más que la posibilidad de formular leyes. Para Comte, la ciencia, como componente del sistema social, ha de adquirir los visos de eficacia y utilidad, convirtiéndose de esta forma en la herramienta que permitirá al hombre dominar la naturaleza para su propio beneficio.

El último fin de la evolución de las ciencias es, para este filósofo, alcanzar su positivización. Dentro de la jerarquía del saber, las matemáticas y la física ocupan un primer eslabón, pues son las disciplinas más antiguas, las más generales y complejas, y las primeras que alcanzaron este fin. Por este motivo se convierten en la base de todo el resto de conocimientos. La positivización de las ciencias será, en definitiva, la adopción del método utilizado por estas ciencias en la investigación científica. Método basado en la observación, el razonamiento y la posterior comparación y verificación de los resultados.

La otra característica a la que hacíamos referencia es la incorporación del elemento histórico dentro de la ciencia. Con él, se deja de invocar el orden eterno del universo, para aplicar el evolucionismo general.

El evolucionismo no es una novedad dentro de la historia del pensamiento, pues lo encontramos ya en los filósofos presocráticos. Lo verdaderamente novedoso es que en este siglo XIX, a partir de los datos que suministran las investigaciones se pueda elaborar una teoría científica de la evolución. Con la teoría evolucionista de los seres vivos, Darwin no sólo recoge una idea que está ya en el aire, sino que también incluye al hombre dentro de la evolución. Se le niega su dualidad, materia y espíritu, substituyéndola por un monismo materialista. El evolucionismo se constituye en «uno de los más decisivos avances del pensamiento científico occidental»,(19) y daría pie a justificar determinadas actitudes e ideologías, como el colonialismo, la guerra, o la supremacía racial.

Otros aspectos a considerar son, por ejemplo, el cambio experimentado en la mentalidad del propio investigador. Este deja de ser el hombre enciclopédico propio del siglo anterior, el sabio por excelencia, para convertirse en un hombre comprometido que trabaja dentro de un programa colectivo de investigación. Los logros de la ciencia se deben al esfuerzo conjunto de la comunidad.

Cabe comentar, por último, la progresiva incorporación de la ciencia en el proceso productivo. Es elocuente, en este sentido observar el diferente apoyo que se le otorga en la Francia del primer imperio, y en el segundo. Mientras que Napoleón I apoya indistintamente a la investigación científica como la tecnológica, Napoleón III apoyará básicamente a la ciencia aplicada, a su utilidad.

¿Cómo articular esta ciencia del siglo XIX con los nuevos avances económicos y sociales de la Francia del XIX? Para ello dividiremos este siglo en tres períodos. El primero comprende el momento de la Revolución francesa hasta 1830; el segundo desde esta fecha hasta 1875; y el último abarca desde 1875 hasta finales de siglo.

De la primera etapa (1789-1830) queremos destacar, ante todo, la época correspondiente al régimen napoleónico. En él se reflejan la mayoría de los logros revolucionarios.

Entre ellos en el campo social señalemos la reforma radical de la propia sociedad y de sus instituciones. La idea de una sociedad más justa, e igualitaria en la que la razón fuese la causa eficiente y en definitiva, la formación de un hombre más feliz, se convirtieron en las metas revolucionarias por excelencia. Asimismo se descubre la importancia de la educación en la reforma social. Las ideas de Rousseau en este campo tuvieron, como se sabe, una amplia resonancia.

En cuanto a los principales frutos de la Revolución en el campo científico, Bernal(20) destaca, sobre todo, la reforma de los pesos y medidas, que responde a la necesidad de establecer una base común y racional en un aspecto muy importante en el quehacer diario de los hombres; y, en segundo lugar, la creación de una moderna educación científica, que contribuiría a la divulgación de la ciencia a todas las esferas sociales. Señala además la aparición del profesor científico asalariado, que «a lo largo del siglo XIX irá substituyendo al gentilhombre aficionado, o al científico en relación de clientela».(21) La aparición de Napoleón en la escena política francesa significó, por un lado, el afianzamiento de la burguesía en su papel de clase dirigente y la revigorización de la actividad científica en Francia. La fundación de la Escuela Politécnica y de la Facultad de las Ciencias, constituyen dos claros aspectos. Asimismo, el mecenazgo que ejerció sobre científicos como Monge, Berthollet y Laplace permitió el ascenso de una nueva generación de científicos, más preocupados por la propia ciencia que por sus implicaciones sociales. Napoleón estableció premios y concursos orientados a los nuevos logros científicos y a los hallazgos y mejoras en el campo tecnológico. Cabe señalar, por último, el papel ejercido por su «unificación» de Europa en los encuentros entre científicos de diferentes países.

La reacción postnapoleónica significó un cambio radical, un revés a los frutos de la Revolución. Era patente un considerable desinterés respecto a la ciencia. Se enfatizó el sentimiento en detrimento de la razón. Resultan elocuentes, en este sentido, estas palabras de Lamartine respecto del período anterior: «Las matemáticas fueron las cadenas del pensamiento humano. Respiro: están rotas».(22) El segundo periodo se inicia con la revolución que devolvió el poder a la burguesía. Se inaugura una nueva etapa en la industrialización del país y en el avance científico y tecnológico. De toda esta larga etapa destacaremos diversos aspectos. Cabe señalar, en primer lugar, la gran expansión económica que se experimenta y que iría pareja a una polarización de la riqueza. La revolución industrial y el capitalismo descubren sus aspectos más revulsivos: una gran masa de pobreza, hacinamiento, insalubridad. Al mismo tiempo se constata un gran avance científico y tecnológico. La ciencia se integra cada vez más en el proceso de la producción. En este sentido es básica la figura del ingeniero como personaje que aúna el saber científico con la práctica artesanal. Se hicieron indispensables la creación de escuelas para la formación de técnicos. En relación con este personaje se asocia la mejora de los medios de comunicación y de transporte. El ferrocarril, el buque de vapor, el telégrafo aparecen en la vida diaria del hombre del XIX.

Por otro lado, podríamos destacar la importancia adquirida por conceptos tales como «positivo» y «racional» en cualquier campo de la actividad humana, o bien la influencia del evolucionismo en el fundamento del «laissez faire» como motor de la acción social, y sobre la competencia industrial justificada a partir del concepto de «lucha por la supervivencia».

Es necesario hablar, por último, del engrandecimiento de la figura del hombre sobre todas las cosas. El hombre pragmático conocedor de las leyes y secretos del mundo, capaz de dominar la naturaleza, superarla y perfeccionarla se constituye en el modelo a seguir. Él es el punto de arranque de cualquier iniciativa, y para él se ha de crear una nueva sociedad y un nuevo lugar donde habitar. Es necesario formar a este nuevo hombre del futuro, y en esta tarea intervendrán tanto los nuevos conceptos educativos de la Revolución, como las ideas de los Profetas de la nueva sociedad.

El tercer período, 1875 -finales de siglo-, es un momento de reacción en el que se reflexiona sobre el papel del hombre en relación con su mundo. Su inicio coincide con la primera gran crisis del capitalismo, crisis de sobreproducción, que será superada mediante la fusión del capital industrial con el financiero. La necesidad de liberarse de esta superproducción llevará a la conquista de nuevos mercados. En ello el Estado intervendrá activamente. Se inicia la carrera por las colonias y el imperialismo. No se trata tan solo dar salida a la producción, sino también de dominar las fuentes de materias primas.

Esta etapa corresponde también a la «edad del acero» a partir del cual se fabricarán más y mejores máquinas, tanto para fines pacíficos como bélicos. Aparecen armas cada vez más potentes y mortíferas.

Relacionado con lo anterior, hemos de hacer referencia al papel del científico en esta nueva etapa. La ciencia es absorbida completamente por la máquina capitalista; es más, el científico se convierte en el propio empresario. La ciencia sirve tanto para el progreso humano como para la guerra. Es un momento de concienciación sobre el papel del hombre de ciencia y su responsabilidad social. Una vez más, intentará refugiarse en el concepto de «ciencia pura», para eludir así, cualquier tipo de connotación social.

Por último, en cuanto al hombre se refiere, deja de ser aquel ser fraternal y perfeccionador del mundo, para convertirse en un individuo agresivo, insolidario y peligroso. Se cierne, finalmente, sobre los hombres del XIX la imagen de la crisis de «fin de siglo» en la que el hombre camina hacia su propia destrucción.

La obra de Jules Verne, elaborada durante más de cuatro decenios, reflejará fielmente todas estas vicisitudes y aspiraciones. A ella dedicaremos ahora nuestra atención.

Los viajes extraordinarios

En Otoño de 1862, Jules Hetzel, escritor convertido en editor, recibió un manuscrito titulado Cinq Semaines en Ballon procedente de un escritor bastante desconocido hasta el momento y que se dedicaba a escribir pequeñas comedias de vodevil, operetas, y relatos para niños en La Musée des Familles. La novela le agradó y se la devolvió diciendo: «Hágame de esto una verdadera novela. Introduzca episodios dramáticos, dé unidad, y le firmaré un contrato».(23) De esta primera entrevista nuestro escritor debió salir muy esperanzado. Se trataba de Jules Verne.

En la segunda entrevista que sostuvo con Hetzel, Jules Verne le explicó el fantástico proyecto que tenia entre manos y que un día su mentor literario, A. Dumas, le aplaudió. Los resultados fueron increíbles. La novela modificada entusiasmó a Hetzel y enseguida le hizo firmar un contrato que le condicionaría el resto de su producción literaria. Por un lado, le obligaba a mantener una enorme fecundidad, tres volúmenes al año a 1.925 francos por volumen, aunque más tarde se modificaría esta relación. Por otro lado, le condicionaba el tipo de público a quien se había de dirigir la producción: el público juvenil. Este segundo condicionamiento tenía, sin embargo, una razón de ser. Hetzel, como buen seguidor de las doctrinas de Saint-Simon, había trazado un vasto plan de educación científica, literaria y moral de la juventud burguesa, y todas las obras que publicaría dentro de la editorial formaban parte de él. Jules Verne, al aceptar este contrato, encajaba perfectamente dentro de los designios de su editor. Nacían pues, en este momento los Viajes extraordinarios. Viajes a los mundos conocidos y desconocidos, que ambicionaban ser algo así como «un paseo por el cosmos del hombre del XIX».(24)

La literatura científica

La mayoría de las veces, cuando se cita a Jules Verne no es más que para recordar aquellas fabulosas máquinas o invenciones que más tarde se acabarían convirtiendo en realidad. Entre ellos encontramos el submarino, el helicóptero, el teléfono, el fonógrafo y tantos más. Nada tan lejos de la realidad Las novelas de Verne tienen poco de anticipación y mucho menos de ficción. Es más, sus propósitos distaban de estas características. Si para crear nuevos inventos resultaba poco original, pues muchos de ellos estaban ya prefigurados en narraciones de otros escritores o, incluso, eran ideas que flotaban en el ambiente científico de la época, para su verdadero proyecto de novelar la ciencia resultó ser un verdadero renovador, superando así, en opinión de los críticos, cualquier intento anterior a él.

Los Viajes extraordinarios son novelas científicas, y quien mejor las define es su editor: «se trata de resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos amasados por la ciencia moderna, y de rehacer, bajo la forma atrayente y pintoresca que le es propia, la historia del universo».(25) Si leyésemos cada uno de los relatos nos daríamos cuenta de que su trama está basada en teorías científicas, enigmas científicos, y soluciones científicas. Es más, en general, el hilo argumental es un razonamiento científico: una hipótesis inicial que se habrá de demostrar a lo largo de la experiencia, el relato en sí. Así mismo, las dificultades con las que tropiecen cada uno de los personajes tendrán también una feliz solución… científica.

El carácter pedagógico de los Viajes extraordinarios es, principalmente, el de formar el espíritu científico tanto en el lector, como en el protagonista juvenil. En este sentido, muchas de las novelas que forman los Viajes extraordinarios entran dentro de la categoría de novelas iniciáticas. En ellas un determinado personaje, o personajes, incluido el propio lector, se inicia en los secretos «se desliza en la aventura que el saber autoriza, y si penetra en el espacio preparado por el cálculo, es como una especie de juego, para ver».(26) Es la ignorancia misma que guiada por un iniciador -el científico o maestro de ceremonias- atraviesa una serie de pruebas (el abismo, la sed, la pérdida…) de las cuales saldrá victorioso y, desde luego, «convertido».

Este interés por lo científico está relacionado, sin lugar a dudas, con la influencia ejercida por las doctrinas positivistas también en el campo de la literatura. Como consecuencia de ello nacería un tipo de novela, la novela «realista». Se trataba de acabar con el excesivo idealismo romántico que llevaba a falsear tanto a los ambientes como a los propios personajes. A partir de mediados de siglo, las novelas adquirirán otro carácter. Ganarán tanto en precisión como en verosimilitud y ante este requisito la ciencia habría de jugar un importante papel.

De este modo, debemos abordar la critica que se suele hacer a los Viajes extraordinarios referente a la falta de imaginación o a la reiteración de temas. Verne, en efecto, se impregnó de ese espíritu positivista que caracterizaba a los hombres del 48. Su veneración por la ciencia y la necesidad de realizar un tipo de relatos lo más verídicos posible le impedirá adoptar en sus novelas soluciones inverosímiles a la razón. Lo fantástico desaparece y siempre tiende a evitar la posible singularidad del relato. Como dice F. Lacassin «apresura a exorcizarle la poesía -de lo inconcebible- por medio de cálculos y demostraciones destinadas a reducirlo a los estrechos límites de la razón humana».(27) De esta forma muchos estudiosos de Verne lamentan la continuación que él hace de la obra de Edgar A. Poe Las Aventuras de Arthur Gordon Pym en la Esfinge de los hielos, pues la positividad del segundo rompe con la fantasticidad del primero: «Positivismo riguroso, armazón lógico, rechazo de lo sobrenatural en provecho de un determinismo científico, rechazo del erotismo, fe en los designios de la Providencia y en la infalibilidad de sus decretos».(28)

Estructura de los Viajes extraordinarios

En el prólogo al Viaje al centro de la Tierra, Miguel Salabert(29) nos descubre tres rasgos propios de la estructura de los Viajes extraordinarios. Son los siguientes:

Ante todo, «el porvenir está enteramente contenido en el presente», esto es: el futuro es hoy. De la misma manera el futuro está contenido en el pasado. Muchos de los relatos de Verne se inician gracias a un mensaje procedente del pasado presentado en forma de, que llama a los héroes. El futuro mismo es también un criptograma a descifrar. La dirección hacia el futuro, la aventura, está marcada con pistas del pasado que aseguran el correcto movimiento de los personajes.

El relato suele ser lineal. Los protagonistas se dirigen invariablemente hacia un punto concreto, superando todos los obstáculos y pruebas. Es la prisa del propio personaje por desvelar la Verdad, el secreto que inunda toda la aventura. Del mismo modo esta linealidad puede ser cíclica, de forma que se puede volver al mismo punto de partida cerrando así el circulo temático. El héroe regresa al punto de partida con algo más, que le permitirá superar en una hipotética continuación del relato la circularidad de la historia.

Por último, el movimiento hacia el porvenir «desencadena la eclosión del pasado». El porvenir se configura a partir de las líneas que provienen del pasado. Así lo explica Kaw-Djer, el personaje libertario de Jules Verne: «Nada ocurre que no haya sido determinado por lo que le ha precedido, y el futuro está hecho de las prolongaciones desconocidas del pasado».(30) El hombre sólo configurará el futuro si desvela los secretos del pasado que se hallan ocultos y prefigurados en la Naturaleza. El hombre, pues, ha de descubrir el propio mundo. Ha de proyectar el macrocosmos -la naturaleza- en el microcosmos -el hombre-. Como escribe Salabert: «el hombre a través de la ciencia y la industria logra actualizar la potencialidad de la naturaleza, arrancarle sus promesas secretas».(31)

Los viajes extraordinarios como reflejo de una época

Si realizásemos una lectura completa de las novelas que forman los Viajes Extraordinarios podríamos considerar dos etapas. Una primera se comprendería entre los años 1862 y 1880, y la segunda etapa abarcaría desde 1880 hasta 1905, el año en que aquejado de una parálisis que le inmovilizaba y abatido por tantas circunstancias, fa1leció. Aproximadamente corresponderían, desde Cinco semanas en globo hasta Los quinientos millones de la Begún, y desde ésta última hasta Misión Barsac.

La primera etapa la podríamos caracterizar por las tendencias socialistas románticas de nuestro escritor. Sus personajes son auténticos exploradores y descubridores. Los científicos e ingenieros son hombres bonachones y carismáticos, solidarios. Las máquinas que aparecen en esta primera parte, no amenazan al hombre ni a la naturaleza. Son máquinas semejantes a las que diseñaba Leonardo da Vinci, inocentes, que muchas veces forman parte del paisaje confundiéndose en él. Las máquinas emulan a la Naturaleza y la perfeccionan. No producen plusvalía, no penetran en la dinámica capitalista. Son artefactos que facilitan al hombre sus actividades, haciéndole más cómoda su existencia. En definitiva, es una primera parte caracterizada por ser un canto al progreso y al futuro de felicidad del hombre.

La segunda etapa presenta unos rasgos más pesimistas. Coincide aproximadamente con la tercera fase que antes establecíamos. En ella se refleja la formación de los imperialismos, la carrera por las colonias, la fusión del capital industrial con el financiero y la consiguiente formación de los grandes monopolios. El científico, por su parte, se introduce dentro de la producción industrial convirtiéndose en su propio empresario, lo cual redundará en un mayor impulso de la ciencia y la técnica. La ciencia se aplica a la guerra. Aparece el sentimiento de responsabilidad social del científico. Todo este pesimismo que Verne siente por la realidad de ese progreso del que tanto esperaba, le llevará a adoptar una postura individualista y libertaria de la cual trataremos más adelante. Pasemos ahora a un análisis más pormenorizado de las características que Verne imprime en sus Viajes Extraordinarios.

El romanticismo del 48

En el momento de abordar la definición de romanticismo, acuden en seguida a nuestra memoria términos como irracionalismo, idealismo, revolución, tradición, inconformismo: es decir, vocablos que, sin dudar un instante, contrapondríamos a los términos que calificarían el racionalismo, a los ilustrados o al neoclasicismo Nada más lejos de la realidad. Habría que huir de las definiciones absolutas propias de los manuales y recurrir más a otro tipo de clasificaciones.

El romanticismo es un movimiento permeable a un gran abanico de ideas. Existen en él un racionalismo de signo idealista, frente al empirista propio de los ilustrados, así como también un gran apego por lo tradicional (nacionalismo) y, al mismo tiempo, un fervor por el progreso (socialismo, liberalismo). Abarca desde posiciones políticas que rayan con el absolutismo, hasta posiciones ampliamente democráticas.

Podríamos hablar del romanticismo como sentimiento y actitud ante la vida, cuya mejor expresión se encuentra en el romanticismo literario, y del romanticismo que se constituye en esencia de todo un pensamiento social: el socialismo romántico. Ambos estarán presentes en la Revolución de 1848 con toda su fuerza y Jules Verne, un joven de veinte años en esta época, los asumirá e intentará permanecer fiel a sus principios.

Jules Verne vivió el fragor último de la Revolución, pero fue suficiente para avivar en él su sentimiento en pro de la libertad y en contra del despotismo. «Jules Verne, nos dice Allote de la Fuye,(32) amó la libertad con el ardor romántico de los hombres que tenían veinte años en 1848». Sin duda este hecho le marcaría tanto a él como a las personas que habiendo vivido este período, influirían en su vida. Personas que evolucionarían hacia pensamientos más radicales, como podría ser el socialismo libertario. Pero de este aspecto ya hablaremos más adelante.

«El romanticismo literario tan sólo obedece a una consigna: contestar la autoridad burguesa. A las virtudes de orden y temperancia predicados como valores inamovibles, se le opondrán el tedio por la vida, la desesperación, la revuelta, el adulterio; glorificarán a las mujeres bajo la más indescriptible de las pasiones; los hombres, henchidos por el frenesí de lo imposible, se colocan por encima de las leyes, desafiando a los ricos, incomprendidos, y blandiendo esta incomprensión con una actitud de supremo orgullo».(33)

Muchos de los personajes de Verne responden a esta descripción, hombres enigmáticos, extravagantes, solitarios…; pero él también en su vida real, se sentía de la misma manera. Así se puede observar cuando al final de su vida afirmaba a un periodista: «Me siento el más desconocido de los hombres»,(34) o cuando Pierre Louys, en un estudio grafológico de J. Verne, descubría rasgos como «Revolucionario subterráneo; intrepidez…».(35) Pero, ¿qué caracteres son los que comparte con este vasto y variado movimiento llamado romanticismo, y que es lo que conduce a calificarle como romántico del 48? Si seguimos a J. Chesneaux(36) hallaremos los rasgos que distinguen a los hombres del 48 y que se reflejan de forma constante y precisa en la obra verniana. De esta manera, al tríptico cuarentaiochesco que le otorga su familia, su amor a la libertad, la música y el mar, y cuya mejor caracterización se halla en la figura del capitán Nemo,(37) se le puede añadir su constante fidelidad a la primavera de los pueblos, un aspecto que emerge de las raíces del romanticismo y que se refleja continuamente en su obra a pesar de que quede restringida a nacionalismos con una larga tradición histórica y cultural, y que no se extienda a los pueblos de reciente colonización. Apoya las luchas sociales como resultado de una lucha de liberación nacional, como, por ejemplo, los conflictos entre germanos y eslavos, o entre ingleses e irlandeses, y como resultado de los conflictos entre la aristocracia, condenada a desaparecer, y el pueblo aunque apenas aluda a las nuevas relaciones sociales de 1a era industrial: el obrero nunca piensa en rebelarse contra el patrón. Siempre a favor de la abolición de la esclavitud,(38) cree en la fraternidad entre los individuos de la especie humana y en la unión entre los pueblos,(39) así como también considera absurdo los limites estatales y las rivalidades internacionales.(40) A todos los aspectos citados se podrían añadir detalles acerca de su vida personal, como podrían ser las posturas contradictorias entre su vida real y su vida ficticia su continua rebeldía, patente ya desde su infancia y que en su madurez se revelará ante su familia y la sociedad («Resolución secreta y determinada contra todo»);(41) o bien su actividad política oculta, con sus criticas en su obra contra el régimen bonapartista, o descubierta, cuando en 1888 se presenta a las elecciones municipales de Amiens en la lista del partido republicano, de tendencia no muy radical.

Podríamos seguir citando mas detalles que le vincularían al romanticismo como podrían ser su gusto por lo solitario, los paisajes naturales, los fenómenos de la naturaleza en la que ésta expresa toda su fuerza (tormentas, erupciones de volcanes), su predilección por los grandes espacios (amplias planicies, la infinitud del mar), la presencia de grutas, castillos, ruinas…; pero, sobre todo, es su fervor hacia la humanidad, el hombre alejado de la corrupta sociedad del momento, el «buen salvaje», el hombre deslumbrado por el hombre, por su capacidad de crear, soñar e imaginar, capaz de proyectar el futuro, una sociedad perfecta, un hombre libre. Todo esto le llevará a presentar en todas sus obras un canto a la humanidad y al progreso. Es esto también, lo que le une con todas aquellas ideas que en 1848 1legaran a su máximo esplendor. Es el socialismo romántico, y con él comulgó aún sin saberlo hasta descubrirlo por azar entre libros y libros, y a el consagró gran parte de su producción novelística.

El optimismo socialista romántico

Hacia 1854 aproximadamente, J. Verne había finalizado sus estudios de Derecho y estaba resueltamente dispuesto a vivir como escritor. Esta renuncia a vivir de la abogacía, siguiendo los pasos de su padre y como hijo primogénito que era, motivó serias discusiones entre ambos. De todo esto, y como único medio para hacerle cambiar de parecer, resolvió cortarle el aporte económico lo que abocó a nuestro escritor a una completa miseria, de la que a duras penas lograba resarcirse. En estos momentos de penuria, como señala Salabert(42) y como medio para ahuyentar el hambre se recluye en la Biblioteca Nacional donde se satura de lectura científica. Es en este ambiente donde pudo conocer las ideas de Saint-Simon y Fourier a través de la obra del Dr. Guépin, según opinión de J. Chesneaux.(43) Este personaje le induciría no sólo la pasión por la ciencia y la fe en el hombre y en el progreso, sino que, además, le inspiraría ese gran proyecto de novelar la ciencia.

El Dr. Guépin era un médico cirujano conciudadano de nuestro escritor, políglota,y formado en el pensamiento de Saint-Simon y Fourier. Tenía publicadas diversas obras, entre las que cabe destacar Philosophie du XIX siècle, étude encyclopédique sur le monde et l’humanlté. En ella Verne pudo leer frases como éstas: «La humanidad tiene como capital el globo entero; si nuestro planeta es una fuente inagotable de calor y magnetismo, ¿por qué no podríamos llegar a explotarla?»; o bien frases que preconizaban el advenimiento de una literatura de la edad científica: «la industria, esta literatura, esta escritura aparentemente nueva del pensamiento de las masas en la superficie del suelo ¿no sueña hoy en el trazado del plan global a ejecutar sobre la superficie del planeta?»(44) Podríamos ir señalando mil y un momentos en sus novelas que nos recuerdan esta capacidad del hombre por dominar, a través del trabajo, de sus conocimientos y de su voluntad, el globo, el espacio y el tiempo. Recordemos sin ir más lejos el inmenso esfuerzo que representó el construir un cañón lo suficientemente potente como para enviar al espacio a Michel Ardan, Barbicane y Nicholl en De la Tierra a la Luna, o bien el trabajo y la voluntad que tuvieron que poner Cyrus Smith y sus amigos(45) en la isla Lincoln para sacarla adelante. Ellos la transformaron, elevándola a la dignidad de los demás estados que forman los EE.UU.

Sin duda alguna, las figuras centrales de las aventuras vernianas son los científicos, los ingenieros y los industriales. Al mismo tiempo constituyen los protagonistas de la sociedad sansimoniana o fourierista. Con ellos la ciencia, las máquinas y la industria se elevan a su máxima altura, orientando hacia el progreso al nuevo hombre del XIX. La ciencia y los científicos indagando en los secretos de la naturaleza. La industria y los industriales mostrando su capacidad de explotación del globo en beneficio, siempre, del hombre. Las máquinas y los ingenieros formando la capacidad de dominio del planeta. Gracias a ellos el hombre consigue explotar la Tierra, dominar la distancia y el tiempo, colocar el planeta en las manos del hombre. El excéntrico profesor, el científico distraído y bonachón, el ingeniero metódico y racional, el hombre de negocios que financia la aventura, son todos ellos personajes que se encuentran «más allá» de la realidad que les rodea, se anticipan en cierto modo a su mundo y son (¡como no!) los protagonistas de las novelas.

Pero no sólo consiste en el dominio y en el conocimiento del globo. También forma parte de este vasto plan el introducir las modificaciones necesarias en el planeta para hacerlo más útil a la causa humana. Así, entre los proyectos vernianos de carácter eminentemente fourierista podemos destacar el de la corrección del eje de rotación terrestre lo cual llevaría consigo la temperización del clima,(46) la posibilidad de explotación de las zonas más extremas del planeta. Podemos citar también el de la apertura de un canal que pusiera en comunicación los lagos del sur de Tunicia con el golfo de Gabés lo cual permitiría la creaci6n de un mar sahariano que fertilizaría la zona, atemperaría el clima, y facilitaría el transporte y las comunicaciones.(47) Las imágenes socialistas románticas no se paran en estos aspectos anteriores. De sus raíces no sólo emerge el hombre del mañana, sino también la sociedad del futuro, y con ella un nuevo lugar donde habitar: la ciudad ideal.

La ciudad ideal

En 1888 hastiado por los últimos sucesos acaecidos en su vida particular(48) decide lanzarse a la arena política presentándose a las elecciones municipales de Amiens en la lista que encabeza F. Petit, de tendencia republicana no muy radical. Ante el revuelo que suscita esta decisión se justifica alegando querer luchar contra la intransigencia municipal y conseguir algunas reformas urbanas.(49) Un estudio de las actas municipales de Amiens realizado por Daniel Compère(50) nos muestra las tendencias progresistas de J. Verne en materias técnicas, de urbanismo, y educativas, pero moderadas e incluso reaccionarias en el plano político. No es ésta, sin embargo, la primera vez que hallamos a nuestro autor interesado en cuestiones urbanísticas. Trece años antes, en 1875, como señalan otros autores,(51) Verne como director de la Academia de Amiens escribió un ensayo titulado La ciudad ideal. En él se encuentran prefiguradas todas sus preocupaciones urbanísticas y que harán más tarde su aparición en su novela Los 500 millones de la Begún.

En esta novela aparecen dos ciudades contrapuestas. Una primera es la de Stahlstad o «ciudad del acero» dirigida por un científico ansioso por dominar el mundo. Es ésta la gran ciudad industrial, sucia, gris que concentra en sus arrabales grandes contingentes de trabajadores. Estos habitan en construcciones pobres e insalubres. Constituye el reflejo de las ciudades europeas durante el siglo XIX. Por otro lado, aparece France-Ville, la ciudad de la armonía. Esta está diseñada «siguiendo datos rigurosamente científicos»(52) a fin de evitar los grandes males que afectan a las ciudades de su época. El principio que rige France-Ville es la de la máxima higiene, pues no en vano Jules Verne se inspiró en Hygeia de Benjamín Ward Richardson. Las características del plano de la ciudad, del tipo de construcciones, del tipo de materiales a utilizar están minuciosamente detalladas. Cabe señalar que France-Ville se erige en el estado de Oregón, en la costa Oeste de los EE.UU., allá donde los fourieristas y owenitas habían levantado sus ciudades comunitarias. France-Ville está habitada por gentes que viven en armonía y felicidad. Para residir en ella es preciso «ser apto para ejercer una profesión útil o liberal, ya sea en la industria, en las ciencias o en las artes» y obviamente «No se tolerarán los ociosos»,(53) es decir, hay que ser útil a la sociedad.

No es France-Ville la única ciudad diseñada por Verne a lo largo de sus relatos. Tenemos Coal City en Las Indias negras, la ciudad subterránea, y Artenak en Mathias Sandorf entre otras. En ésta última, las casas «en lugar de ser edificadas en damero, a la americana, con calles y avenidas en ángulo recto y trazadas con tiralíneas, estaban dispuestas sin orden, venciendo a las tumefacciones del suelo…, todo muy fresco, amable, atrayente, tentador -una ciudad en el sentido moderno de la palabra-«.(54) Esta critica a la ciudad de plano moderno excesivamente racional no es nueva, la hallamos en otros relatos. Planos tan faltos de imaginación que «en cuanto has visto una calle, ya has visto toda la ciudad».(55) Verne parece decir junto con Fourier: «el monótono tablero de ajedrez queda desterrado».(56)

La sociedad ideal

Junto a la ciudad ideal debe desarrollarse una sociedad también ideal. Verne, en la primera etapa de su producción novelística, no supo sustraerse a los ecos del sansimonismo. Su sociedad, como la que podía habitar France-Ville, está dirigida por los científicos e industriales los cuales la guiarán hacia el porvenir. En estas sociedades existe una completa compenetración y colaboración entre los diferentes grupos de la clase productiva. Todos se saben unidos en una tarea común: forjar el porvenir de felicidad material y moral mediante el trabajo. Responden, así, al concepto de «gran familia»(57) dentro de la cual todo es armonía y felicidad. Funciona como una perfecta maquinaria: sin rozamientos.

A partir de 1880, las sociedades vernianas adquieren un tono diferente. Jules Verne se interesa cada vez más por la situación política y social, e intenta reflejar en sus relatos una cierta crítica social. De este modo, en Los 500 millones de la Begún, como novela que cabalga entre dos épocas, frente a la ciudad de la armonía -France-Ville- hallamos Stahlstadt, que refleja el ambiente fabril o de suburbio de una ciudad de la época: hacinamiento de casas de trabajadores en lugares próximos a la fábrica, explotación y mortandad infantil, riguroso control del trabajador en la factoría, aislamiento del empresario respecto del mundo obrero… Verne llega incluso a realizar verdaderas anticipaciones sociales y políticas. Relatos tales como el de la Isla de hélice, en la cual unos burgueses millonarios se disputan el dominio de la gigantesca nave donde habitan, y que acabarán finalmente hundiendo por falta de acuerdo; o bien La sorprendente aventura de la Misión Barsac, en la cual hallamos una clara premonición del nazismo, con la explotación obrera y racial, ambos se convierten en auténticos reflejos de las sociedades que se formarán ya en nuestro siglo.

Hacia el individualismo libertario

Ciertos autores sitúan en Los 500 millones de la Begún el inicio de una segunda etapa en los Viajes extraordinarios. Como ya hemos citado, un mayor interés hacia las cuestiones políticas y sociales, y un cierto pesimismo hacia la consecución de los ideales socialistas románticos, como podrían ser el papel de la ciencia y de la industria en el progreso de la humanidad, le llevaron a adoptar posturas cada vez más radicales, más rebeldes y más individualistas, frente a su familia, la sociedad y el Estado. Es lo que J. Chesneaux ha bautizado como «individualismo libertario».(58) Verne, o sus personajes, izan la bandera negra. Se convierten en personajes libertarios. Responden a esa llamada del 48, plenamente romántica, y esa fe en el hombre y en el progreso. No obstante, todos ellos están completamente en desacuerdo con el cariz que ha ido tomando todo aquello en que creyeron. La sociedad es cada vez más egoísta y más revulsiva hacia la «fraternidad». El Estado interviene cada vez más en las vidas particulares, hasta el punto de dejar al individuo, como tal, sin opciones. La industria, una vez superada la primera crisis capitalista se asocia con el capital financiero y se torna más agresiva. Se aboca hacia la colonización y el imperialismo. La ciencia, por último, ya no busca su utilidad social sino que se convierte en una aliada del poder, tanto económico como político.

Frente a todo ello, sólo queda el hombre. El hombre que fuera de la sociedad sigue siendo eminentemente bueno, natural, fraternal, y feliz. Es el «buen salvaje» que citaba Rousseau. Aparecerá, también, otro tipo de hombre. Aquel que huye del mundo en el que vive, y que o bien se aisla, o bien lucha por mantener su independencia y su libertad. Ejemplos de éste último lo podrían ser, en los relatos de Verne, Kaw-Djer en Los náufragos del Jonathan, y el capitán Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino. Pierre Louys en un estudio grafológico sobre la firma de Jules Verne descubría estos interesantes aspectos.(59) «Orgullo solitario y mudo», y «vuelta de llave que cierra el pensamiento íntimo al final de la firma». Es decir, aquel chiquillo travieso y espontáneo, se había transformado, por los avatares de la vida, en una persona que huye del mundo en el que vive. Se aísla, y comienza a desenvolver toda una serie de pistas que encaminan, y que al mismo tiempo protegen, lo que se ha dado en llamar como «misterio Verne».(60)

A lo largo de sus relatos se descubren rasgos que nos confirman esta «tentación libertaria»(61) de Verne. Podríamos citar los artificios geográficos como el mar, o las islas, en los cuales el hombre se encuentra plenamente libre. En este caso, el mar se constituye en el medio libre por excelencia, y las islas los lugares en donde se ubican las verdaderas comunidades libres, igualitarias y fraternales. También aquellos personajes alejados de la vida social normal responden a esta tentación. Son los convictos, truhanes, vagabundos, hombres de circo, o bien los sabios despistados, los ricos excéntricos… por quienes siente verdadera predilección.

Simpatiza por el oprimido, es antiesclavista y nacionalista, aunque este aspecto presenta atenuantes. De este modo el colonialismo se admite mediante el justificado progreso. Denuncia la guerra y el militarismo, el carácter convencional de las fronteras, el totalitarismo, la propiedad privada.

Podríamos citar las relaciones de Verne con personajes que se movían dentro del movimiento anarquista. E. Reclús -insigne geógrafo con quien le unía algo más que esta ciencia-, Félix Tournachon «Nadar» amigo de Reclús y Verne, P. Kropotkin, Bakunin, con quien se entrevistó en diversas ocasiones a través de Hetzel. Sin duda, debieron ejercer alguna influencia en nuestro escritor, no obstante, consideramos más importante su propia perspectiva, la de un individuo frente a su sociedad, o la del rebelde por su causa, la que le llevará a adoptar ese individualismo o personalismo libertario en la segunda etapa de los Viajes extraordinarios y la que contribuirá a alimentar el verdadero misterio acerca de las tendencias políticas de Verne.

Positivismo romántico

No nos resistimos a incluir unos fragmentos escritos por J. Hetzel en la sección de «Advertencias del editor» que aparece en Viajes y aventuras del capitán Hatteras:

«Las novelas de Jules Verne han llegado, por otra parte, en el momento oportuno. Cuando se ve que el público apurado corre a las conferencias que se dan en mil lugares de Francia, cuando se ve que al lado de los críticos de arte y teatro ha sido necesario conceder un lugar en nuestros diarios a los informes de la Academia de las Ciencias, es preciso decir que el arte por el arte ya no satisface más a nuestra época, y que éste es el momento en que la ciencia ocupa un sitio dentro del dominio de la literatura».(62) Jules Verne idea su proyecto de novelar la ciencia en el mismo momento en que a través de las obras del Dr. Guépin conoce el pensamiento de Saint-Simon y Fourier, y desde 1862, año en que aparece Cinco semanas en globo, hasta 1905, se dedicará a esta ardua tarea. Son aproximadamente 43 años en los que llegará a escribir más de sesenta relatos, todos ellos impregnados de saber científico. Unas veces desarrollando el relato, otras presentando problemas, y otras aportando soluciones.

M. Salabert califica a nuestro autor como «positivista romántico».(63) Jules Verne adopta en un principio esa visión sansimoniana, romántica, del papel que deberían desempeñar las ciencias en el progreso humano. Y era, por otro lado, positivista puesto que pretende otorgar al relato la máxima verosimilitud que ya Balzac, Flaubert, y más tarde Zola, habían ido aplicando en sus novelas. A lo largo de Los Viajes extraordinarios aparecen personajes que personifican diferentes grados del saber: el saber científico, el saber tradicional, y la ignorancia en su estado puro. Verne instaura ese «sentimiento de artificio»(64) necesario, por el cual se deslizará la ignorancia acompañada y guiada por el saber. Es esta continua supervisión de la ciencia lo que impide desarrollar la ficción o este volar con las alas de la imaginación. Jules Verne nunca se convertirá en un «náufrago de la Tierra» según expresión de Lamartine, y permanecerá siempre «encadenado por el positivismo, por el racionalismo y la cadena de vulgarización científica».(65)

Este proceso de vulgarización científica no es nuevo. Existen muchos intentos anteriores pero ninguno, tal como lo expresa P. Versins,(66) de la magnitud del proyecto de J. Verne. Esta necesidad de divulgar la ciencia a través de medios diferentes de las instituciones oficiales, se inicia en el instante en que la ciencia va dejándose sentir en todas las áreas de la actividad social, y esto resulta ya patente a mediados del siglo XIX. La ciencia empieza a invadir y a llenar todo, y el ciudadano se ve en la necesidad de aprender sin dolor, de forma pasiva, toda esta amalgama de conocimientos que van invadiendo su cotidiana realidad. Aprehendiéndolos, el individuo se halla más cerca de su entorno sintiéndose capaz de jugar con la realidad y juzgar las líneas del progreso. Es un saber por saber, un culturizarse. En el momento que aparecen los relatos de nuestro escritor ya existe un público sediento de este tipo de saber. Abundan las revistas, semanarios de divulgación científica y entre ellas, las que tratan temas geográficos y antropológicos son las que ganan mayor renombre. Le Tour du Monde, Journal des Voyages, L’année Géographique(67) son en Francia revistas con gran difusión. También abundan en este período los clubs sociales, los círculos científicos en donde se imparten conferencias sobre temas científicos. ¿Quién no recuerda el Reform-Club,(68) donde asiste con asiduidad Phileas Fogg, o la Real Sociedad Geográfica de Londres(69) donde ofrece una conferencia el Dr. Ferguson, o la ilustrísima Sociedad Geográfica(70) de París de Santiago Paganel y tantas otras que van apareciendo a lo largo de los Viajes Extraordinarios?

De esta forma, resulta completamente sugerente el subtítulo de los Viajes Extraordinarios: Viaje por los mundos conocidos y desconocidos. A través de los relatos de Verne el lector asiste a la conquista del globo, del espacio y del tiempo, de las profundidades de los mares y de la Tierra, sale al espacio interplanetario. El lector conoce la explicación de los fenómenos que se dan en el mundo. Conduce nueva maquinaria y vive con ella. El lector se ve cada vez más próximo de alcanzar las verdades absolutas.

La ciencia y los científicos

Sin duda muchos de los lectores recordaran la figura del profesor Otto Liddenbrock(71) aquel sabio que tras su irascibilidad ocultaba una profunda humanidad, o al Dr. Clawbonny, un sabio bonachón, amigo del buen comer y de la charla amena y sincera, que con su extraordinaria bondad aplacaba los recelos y estimulaba los ánimos de la maltrecha tripulación del capitán Hatteras.(72) También recordará, posiblemente, otro tipo de científicos como el profesor Schulze, hombre frío, racional, dispuesto a acabar con France-Ville;(73) o, también, a Marcel Camaret, quien diseña Blackland,(74) un científico completamente loco y cuyos ojos presentan «un reflejo vago y transtornado». Corresponden estos retratos a dos concepciones diferentes de lo que habría de ser la ciencia, y al mismo tiempo se sitúan en las dos etapas de los Viajes Extraordinarios.

La primera etapa corresponde al optimismo socialista romántico. En ella se muestra una visión de la ciencia y del progreso profundamente sansimonianas. La ciencia es la herramienta mediante la cual el hombre va descubriendo las potencialidades de la naturaleza, y al mismo tiempo es el medio por el cual el hombre substituirá su objeto de dominio del propio hombre a la naturaleza, en virtud de un mayor progreso material y moral. De este modo, los científicos, los ingenieros y las máquinas forman un único bloque que guía a la humanidad hacia un porvenir de armonía y felicidad universal en el que el hombre se erigirá como único dueño de la creación. Igualmente, el científico y el ingeniero son los encargados de pasear al lector a través de los mundos conocidos y desconocidos, a través del saber, y siempre apoyados por la voz, o voces, del narrador que los afirma, los cuestiona, o los niega.

La segunda etapa está relacionada con el decaimiento de este optimismo, y su substitución por un pesimismo universal que se identifica con el individualismo libertario al que hacíamos referencia en páginas anteriores. En esta segunda fase, los científicos e ingenieros son personajes obsesivos, maníacos o locos, cuya única meta constituye su autosatisfacción, a cualquier precio. Máquinas infernales, armas hiperdestructivas, mecanismos ultrasecretos son sus creaciones. Se ha acabado la etapa de desafío a la naturaleza. El hombre se vuelve de nuevo en contra del hombre. Orfanik(75) ahuyenta mediante diversos mecanismos a los posibles curiosos. Camaret(76) destruye su Blackland personalmente y barrio por barrio. Herr Schulze muere por la explosión de su bomba de gas carbónico.(77) Todo este pesimismo de Verne con respecto el futuro de las sociedades humanas, la felicidad aportada por la ciencia y las máquinas podría resumirse en la negación del progreso y del porvenir.

Podríamos, sin embargo, descubrir, siguiendo a Foucault(78) algunos rasgos comunes a ambos tipos de científicos. Rasgos que caracterizan, a la vez, caricaturizan a los científicos de los relatos vernianos.

Los sabios de las sagas vernianas son, en primer lugar, personajes que detentan el saber. Lo tienen inscrito en su ser. No descubren apenas nada nuevo sino que van describiendo, explicando a sus compañeros todo el mundo por el que atraviesan. Viven, por otro lado, alejados de este mundo y de su realidad. Están obsesionados por el cálculo, o son simplemente despistados. Viven recluidos en una isla, o se alojan en mitad del desierto. Poseen, además, algún rasgo que denota imperfección. El sabio es enclenque o grueso, manco o cojo, miope o nictálopo. También corresponde esta imperfección a la posibilidad de incurrir en el error. El científico se equivoca en el cálculo, o yerra una y otra vez las hipótesis. Tal como nos recuerda Foucault «el saber está ligado a la imperfección».(79) Por último, como dice J. Verne, el científico está o muy próximo a la genialidad o a la más pura y llana demencia, queriendo expresar de esta manera la circularidad del sentido de los conceptos humanos.

Macrocosmos y microcosmos

Dentro de la visión de la ciencia que tiene nuestro escritor a lo largo de sus novelas hemos de recurrir, junto con otros autores, a los conceptos de macrocosmos y microcosmos, el de la circularidad del cosmos, y a las teorías organicistas que durante tanto tiempo tuvieron vigencia en el pensamiento del mundo occidental.

De la misma forma que el relato o la aventura, el universo está bañado con una idea de circularidad, de «Eterno Retorno».(80) Si los personajes de un Viaje Extraordinario vuelven al mismo punto de partida sin apenas haber experimentado cambio alguno, el universo y todos los fenómenos que en él suceden habrán de poseer esta misma característica.

La Naturaleza (macrocosmos) y el Hombre (microcosmos) hay que entenderlas como dos entidades semejantes pero diferenciadas por un problema de escala o de complejidad. De la Naturaleza ha surgido el Hombre, y éste por autoreflexión se ha distanciado de ella. El Hombre se sabe distinto, se reconoce como entidad -microcosmos- y coloca el cosmos enfrente de sí comprendiéndolo. El porvenir del Hombre como tal estará relacionado con una vuelta a sus orígenes. Hurgará en la Naturaleza y buscará aquello que está prefigurado en ella. Se dedicará a despertar las fuerzas ocultas o potencialidades.

En Los náufragos del Jonathan se explica así esta gran tarea: «Los esfuerzos de este ser extraño e insignificante, capaz de insertar en su minúsculo cerebro la desmesura de un universo infinito, de sondearlo y de descifrar lentamente sus leyes, no son vanos, pues así sitúa sus pensamientos a la escala del mundo».(81) Esta relación entre macro y microcosmos podríamos enlazarla con teorías organicistas, pues no hay que olvidar, y así lo juzgan ciertos críticos,(82) que el tema mejor conocido por Verne era el de la mitología. Toda su obra está plagada de resonancias míticas. La Naturaleza y el globo se comportan como grandes seres que sueñan, tienen fuerzas contra las que el héroe verniano habrá de luchar, y potencialidades que habrá que explotar. La Naturaleza es aparentemente un organismo inextinguible pues sigue produciendo y brinda al hombre toda serie de productos. Es, sin duda, la idea de la naturaleza infinita de Saint-Simon. No obstante, puede llegar a morir y convertirse en un frío cadáver.

Al mismo tiempo, los elementos que conforman la Naturaleza pueden comportarse como seres vivos. El mar, un elemento clave en las novelas de Verne, es exaltado hasta tal punto por el capitán Nemo,(83) que cualquiera diría encontrarse frente a una divinidad. O la hullería de Nueva Aberfoyle(84) que es vaciada como si de la carne de un animal antediluviano se tratara, hasta dejarlo en el esqueleto. Asimismo podríamos hablar de los acuafilacios y pirofilacios del Viaje al centro de la Tierra, elementos importantes dentro de las teorías organicistas.

Por último cabe citar el papel de las máquinas dentro de esta vuelta a la Naturaleza. Con ellas se cierra definitivamente esta circularidad del cosmos al que hacíamos referencia anteriormente. Estas son respecto al Hombre, lo que éste es respecto a la Naturaleza. La Naturaleza creó al Hombre, y éste a las máquinas. Las máquinas culminan la Naturaleza. Son también organismos vivos, pero perfeccionadas por la mano humana. Ellas no se agotan, funcionan bajo condiciones adversas. Con su creación, el Hombre se integra dentro del proceso creativo de la Naturaleza. Son admirables, a modo de ejemplo, los elogios que se desprenden a lo largo de Veinte mil leguas de viaje submarino del Nautilus: Un «animal» dotado de una inmensa fuerza, que se alimenta del mar y lucha por su supervivencia al mismo tiempo que protege, da cobijo y alimenta a sus inquilinos. Por la misma relación, existen organismos vivos cuyo comportamiento es el de una máquina, de esta forma se integra dentro de la idea de circularidad del cosmos. Verne nos describe al hombre-máquina. Recordemos sin ir más lejos el retrato de Phileas Fogg cuya vida y movimientos son tan precisos como los de un cronómetro(85) o la figura del coronel Everest(86) «cuya exactitud en todas las cosas no era menor que la de los astros al pasar por el meridiano».

Quisiéramos hacer notar, por último, toda la serie de paralelismos y correspondencias existentes entre Jules Verne y ese hombre universal que es Leonardo da Vinci. Como ya han puesto de relieve ciertos autores,(87) no tan sólo les unen ciertos rasgos biográficos semejantes, como pueden ser el rechazo del padre natural y la búsqueda del padre espiritual, o los rasgos misóginos de sus respectivas obras. Existen unas correspondencias más profundas.

El gusto por el saber enciclopédico, y sobre todo, esa concepción peculiar que ambos tienen acerca del Hombre y el Cosmos, les hermanan más allá del tiempo. Da Vinci, como destaca J. H. Randall,(88) creía en esa identidad, para él esencial, entre el microcosmos del hombre y el macrocosmos de la naturaleza. J. Verne recupera y expone en su obra esta identidad que el cartesianismo había sumido en el silencio durante tanto tiempo al separar por completo el mundo natural del humano. Por otra parte, como escribe Randall, «podía ver también, en cualquier parte, máquinas naturales simples en funcionamiento,»(89) esto es, un mundo natural expresado en términos de maquinismo. J. Verne retorna a esta idea. Las máquinas y la Naturaleza, la Naturaleza y las máquinas, se confunden en una sola unidad.

Podía ser que nuestro autor hubiese conocido las obras de Leonardo. Si bien el Trattato de la Pittura ya se conocía a partir de 1651, el Paris Codici y el Codice Atlantico no fueron publicados hasta 1890, aproximadamente. Por otro lado, esa admiración que Jules Verne tenía de este hombre del Renacimiento italiano, ya la poseía bastante tiempo antes de que se divulgasen sus obras. En la primera época de Jules Verne como escritor le dedica una obra de teatro. Posteriormente, ya dentro de los Viajes extraordinarios, Leonardo habría de ocupar un lugar preferente en la pinacoteca de uno de sus más carismáticos personajes: el capitán Nemo.(90)

La geografía de Verne

A lo largo de los Viajes Extraordinarios van apareciendo las diversas ramas del saber científico del momento: la botánica, zoología, geología, mineralogía, geografía, etnografía, paleontología, astronomía, y en menor grado la física, la óptica, electricidad, química, matemáticas, etc. Todas ellas son presentadas por los personajes, o llenan, en definitiva, el desarrollo del relato. Podríamos concluir ante esta lista, que Verne o bien se interesaba más por las ciencias naturales o de carácter descriptivo, o bien las conocía más a fondo que las ciencias físico-matemáticas. A pesar de ello, la disciplina que incorporó en lo más hondo de su alma aventurera, la que mejor respondía a los designios sansimonianos de conocimiento y descubrimiento del globo, y por supuesto la más romántica, era sin duda la geografía. Pero no la que hoy conocemos como tal, sino la que predominó a lo largo del siglo pasado y que se vio reforzada por su institucionalización y por causas que respondían a los intereses de la clase política, como por ejemplo crear una conciencia de país, de unidad o, potenciar la colonización.

La geografía de la época

La geografía de los viajes y exploradores

Las características de la geografía tal como hoy la conocemos, no se empiezan a desarrollar hasta bien transcurrida la segunda mitad del siglo XIX, cuando se produce una amplia institucionalización universitaria. En Francia, la institucionalización oficial vendría de la mano de Levasseur y posteriormente de Drapeyron, a raíz de, sobretodo, de la guerra francoprusiana. ¿En qué se diferenciaba de la antigua geografía, o de la disciplina que trató J. Verne?

El tipo de geografía que se practicó durante gran parte del pasado siglo era la resultante de la desintegración progresiva de su contenido, a causa de la especialización, que la relegó, en su estadio final, a ser una mera ciencia descriptiva de regiones, y que se podría asimilar más a una recopilación enciclopédica de datos que a una ciencia en su sentido más estricto.

No obstante, esta geografía tenía su razón de ser en lo que se ha dado en llamar el «siglo de los viajes». La posibilidad de viajar, así como la aparición de relatos de viajes a tierras lejanas, las narraciones acerca de tipos de sociedades diferentes… pudieron representar, como escribe Capel, «un papel decisivo en el debate cultural y científico dentro del pensamiento europeo».(91) En la literatura geográfica existente a lo largo del XVIII y parte del XIX, podemos distinguir dos grupos. En el primero incluimos las guías de viajes (sobre todo dentro del continente europeo), los manuales de geografía, y las grandes Geografías Universales. En ellos la concepción de una geografía basada en listas interminables de capitales, países, accidentes geográficos, o bien la estereotipación de las características de los diferentes pueblos de la Tierra, la presentación de datos estadísticos sin apenas interpretación alguna, o por qué no, la consideración de la geografía como el escenario en donde transcurre la historia de la humanidad, todo ello podía convertir la ciencia geográfica en una disciplina memorística aburrida, lejos de lo que se podría entender como ciencia.

En el segundo grupo tenemos los relatos de viajes. Lo que atraía más al público. Dentro de ellos, N. Broc(92) considera tres tipos: el viaje puro, en donde se describen las cosas realmente vistas; el viaje compilador, en el que se narra el propio viaje añadiendo además pasajes de viajes efectuados por otros; y el compilador, estricto, en el que se recogen noticias de viajes efectuados. Dentro de este último grupo merece destacar los trabajos realizados por el abad Prèvost, quien tradujo al francés la obra de Astley New Collection of Voyages and Travels, que posteriormente continuó bajo el título Histoires des Voyages. Resulta importante por ser un «riguroso trabajo de recogida, crítica, coordinación y exposición»(93) de los diversos relatos.

Sin embargo, Broc critica en general «la falta de precisión en el vocabulario» lo que conlleva a «una impotencia en el momento de restituir el paisaje».(94) Añade además que existe una indiferencia por el medio natural y que los relatos pecan de «poseer unas descripciones muertas». Llegado este punto se cuestiona si esta falta de precisión en los términos empleados, no sería consecuencia del desinterés hacia el objeto estudiado.

Este tipo de narraciones ya no podía satisfacer al nuevo científico que aparecería a finales del XVIII. Así lo expresa H. Capel: «El viajero de la ilustración, con su interés y su curiosidad universal con su espíritu enciclopédico, fue viéndose cada vez más como un simple aficionado que no estaba ya a la altura de los tiempos, y tuvo que dejar paso, en el siglo XIX, al científico profesional altamente especializado».(95)

Nacían en este momento los modernos viajes de exploración geográfica en los que no sólo se pretendía ampliar la imagen del cosmos, sino también situar cada espacio dentro de su contexto. Investigar acerca de las características de estas nuevas regiones del globo y completar así la imagen que el hombre tiene de la diversidad del mundo.

Las sociedades geográficas

La aparición de las sociedades geográficas venía a incentivar la geografía de los viajes y de los exploradores. Si en un principio respondía a un deseo de «perfeccionar las ciencias geográficas tan íntimamente ligadas al avance de las otras ciencias, a los progresos de la propia civilización, a la aniquilación de todos los odios y rivalidades internacionales y al mejoramiento de los destinos de la especie humana»,(96) tal como se expresaba en el ideario de la Sociedad Geográfica de París en 1821, cabe, además, citar la necesidad del Estado por satisfacer los intereses de ciertos grupos de ciudadanos, formar nuevos funcionarios en el conocimiento de los territorios ocupados y, posteriormente con el nacimiento del imperialismo y los imperios coloniales, crear una conciencia nacional.

Entre los objetivos que se marcan las Sociedades de Geografía están el de estimular el conocimiento geográfico mediante la concesión de premios, relación de conferencias, cursos, publicación de relaciones de viajes, apoyo a las exploraciones geográficas.(97)

En cuanto a la formación de los miembros de estas sociedades, no era imprescindible ser geógrafo. En ellas se podían encontrar tanto a científicos de cualquier índole como a políticos, humanistas, aristócratas, o militares.

Las sociedades geográficas no adquirieron una verdadera importancia hasta 1870, aproximadamente, si bien anteriormente habían tenido un ligero auge. Corresponde a «la enorme expansión de las fuerzas materiales y el amplio desarrollo de las ciencias naturales» que ya en 1854 L. von Ranke(98) notaba que estaba ocurriendo en Europa. Si en Francia este resurgir de la geografía fue impulsado a raíz de la guerra francoprusiana (la superioridad de las instituciones de enseñanza germanas frente a las francesas, la conciencia de nación y los conocimientos geográficos eran considerados elementos clave de la victoria prusiana), a un nivel más general podríamos señalar el auge que tuvieron las doctrinas liberales, sobre todo en la creación de un estado moderno, la importancia de las ideas y del espíritu de Saint-Simon, y la «responsabilidad del hombre blanco», que pregonaba Kipling, frente a otras culturas. Todo ello debió colaborar en la formación del imperialismo europeo de finales de siglo -junto a factores de la propia dinámica del capitalismo- y al correspondiente florecimiento de las sociedades geográficas. Mª T. Vicente señala al respecto la aparición en Francia de Sociedades de Geografía en diferentes capitales de departamento. En total, surgieron unas 23 asociaciones que agrupaban a más de veinte mil miembros.(99)

Todo ello coincide con el éxito de esta geografía de los viajes y exploraciones entre el gran público. Publicaciones tales como Le Tour du Monde, Journal des Voyages, la Revue Maritime et Colonial dedicadas a temas de interés etnográfico y geográfico, aumentaban sus tiradas.(100)

Cabe citar en relación con Jules Verne, el enorme éxito alcanzado por sus primeras novelas. Cinco semanas en globo, la primogénita de los Viajes extraordinarios, coincidió con la desaparición del Dr. Livingstone cerca de las fuentes del Nilo; por otro lado Viajes y aventuras del capitán Hatteras coincidió con la desaparición de Franklin en la búsqueda del paso del Noroeste.

La geografía científica

Paralelamente a este resurgir de la geografía de los viajes y exploraciones entre el gran público, la geografía que podemos calificar como científica no podía dejar de plantearse esta pérdida de contenidos y la competencia frente otras disciplinas. Si quería seguir existiendo como ciencia se había de replantear la geografía tradicional. Góméz Mendoza lo explica así: «el pensamiento geográfico expresa su voluntad de fundar un sistema científico de conocimientos superador de las deficiencias, errores y limitaciones del saber científico tradicional».(101) «EI caos y la confusión tradicional debe ser desde ahora cosmos ordenado y lleno de sentido».(102) El afán de positivismo llegaba ahora a la geografía.

Sin duda, como muchos autores han reconocido, la aparición de Humboldt y de Ritter en el horizonte geográfico ofrecería un importante eslabón a partir del cual se configuraría la nueva ciencia geográfica. Humboldt como naturalista y «último hombre enciclopédico»(103) con su visión integradora del Cosmos, «una ciencia que aspira a hacer conocer la acción simultánea y el vasto encadenamiento de las fuerzas que animan el universo»,(104) y Ritter -geógrafo de amplia formación humanística e influido por las recientes ideas educativas de Pestalozzi- quien pretendía la integración en la ciencia geográfica de dos elementos hasta entonces desligados y estáticos, el Hombre y la Tierra. Ambos introdujeron la concepción dinámica del mundo en la geografía, cada uno desde su respectivo punto de vista.

La influencia de ambos científicos apenas fue notada en Francia, y si bien en este país se admiraba y se trató de imitar las instituciones docentes alemanas, en particular la organización de la enseñanza en los niveles superiores, el chauvinismo francés unido a los problemas propios de la disciplina en dicho país, les hizo volver su mirada cada vez más hacia sus propios geógrafos, como Malte-Brun o V. de Saint-Martin. No obstante, merece destacar la aparición de un personaje en la geografía francesa que escapaba a esta norma general. Nos referimos a Elysée Reclus.

Reclus parece aunar en su perspectiva geográfica esta tendencia integradora y dinámica que mencionábamos. Como discípulo de Ritter, pronto comprendió las interrelaciones que existen entre los diferentes elementos del cosmos, entre los que se encuentra el hombre. Por su cuenta, añadió un rasgo completamente inusual en la geografía de la época y que le hace innovador. Consiste en su constante preocupación social y la consiguiente creación de una geografía comprometida socialmente.(105) Nuestro interés por la figura de E. Reclus se debe a varias razones. En primer lugar, es un personaje que actúa a modo de puente entre dos épocas de la geografía francesa. Es quizás, bajo nuestro punto de vista, el geógrafo más destacado que existe durante esta época, hasta la aparición de la escuela de Vidal de la Blache. En segundo lugar, como geógrafo, ya sea por su perspectiva científica o por su actitud social, fue rápidamente olvidado. Y por último, trabó amistad con J. Verne.

Reclus versus Verne

Apenas se conocen detalles sobre la relación y las posibles influencias mutuas que pudieran ejercerse ambos personajes. A pesar de ello, intentaremos mostrar algunos puntos en común a partir de la información facilitada por los biógrafos de Verne. Aparte de las coincidencias acerca de las fechas de nacimiento y muerte, lo cual nos indicaría que ambos asistieron y vivieron unas circunstancias políticas y sociales determinadas de la Francia del XIX como fueron los sucesos del 48 en París, el optimismo y el pesimismo por el desarrollo de la ciencia y la industria, el auge del imperialismo, la carrera por las colonias, etc., cada uno desde su puesto de trabajo coincidió en intentar reflejar los males de la sociedad y de un progreso mal concebido.

Podríamos hablar de amistades comunes como Félix Tournachon («Nadar»), a quien Verne dedica el personaje de Michel Ardan en De la Tierra a la Luna, o un lugar común de trabajo, en la editorial Hetzel, en donde Reclus trabajó durante algún tiempo.(106) Por otro lado, les unía un desmesurado entusiasmo por las cuestiones geográficas. Ambos eran enamorados del viaje. Uno del real, otro del imaginario. Ambos se dedicaron a divulgar el saber geográfico entre la burguesía del II Imperio. Se sabe, por último, que Verne utilizó como fuentes de información geográfica la Nouvelle Géographie Universelle y publicaciones geográficas periódicas en las que Reclus publicaba sus artículos.

Por lo que hace referencia a las ideas políticas, habríamos de considerar las dos opciones que nos brinda el propio Verne: el Verne real, y el Verne de los Viajes extraordinarios. En cuanto al primero, sus opciones políticas eran completamente opuestas a las de Reclus. Éste, una destacada figura anarquista. Aquel un republicano de ideas conservadoras. Así, mientras que Reclus participaba activamente en la Comuna de Paris, a Verne, según señala Jean Jules Verne(107) «la Comuna le había indignado menos por la doctrina de que era vehículo, que por haber puesto en peligro a la República al crear el desorden». Si consideramos las ideas diseminadas a lo largo de la segunda etapa de las Viajes extraordinarios, podríamos llegar a pensar en un Verne libertario. Sin embargo, como ya decíamos en otro apartado, esta tentación libertaria se reduce a una actividad individualmente rebelde, no revolucionaria. ¿Podriamos concluir lo mismo de Reclus, al defender su individualidad en el momento que otros le quisieron tomar como bandera?

En una de sus últimas novelas -Los náufragos del Jonathan- Verne presenta a un personaje, Kaw-Djer, de ideas libertarias y que rechaza la sociedad en la que vive, retirándose a vivir a una isla próxima a Tierra de Fuego. La llegada de unos náufragos con sus respectivas ideas y prejuicios le irán poniendo a prueba. Así, el anarquista tendrá que gobernar e imponer leyes; el pacifista habrá de derramar sangre. Todo su pensamiento social se vendrá abajo y la única manera de obtener de nuevo una paz interior será mediante una nueva huida.

A lo largo de este relato, Verne pone énfasis en dos ideas: la utopía de una sociedad libertaria, y por otro lado, la defensa de la propia individualidad ante cualquier tipo de imposición y bandera. ¿Acaso es un homenaje y una crítica hacia sus amigos libertarios?

Las geografías de J. Verne

Poca gente sabe que J. Verne además de sus populares Viajes Extraordinarios escribió otro tipo de obras de carácter lúdico y científico. Son cinco títulos, cuatro de los cuales tratan la historia y la geografía de los viajes y exploraciones, y una de carácter más propiamente geográfico. Todas ellas están publicadas en la Biblioteca de educación y recreación de la editorial Hetzel.

Entre los primeros podríamos hacer dos distinciones. En la primera, las obras de rasgos más novelescos; en la segunda, situaremos los textos más eruditos, menos vulgarizadores. En el primer grupo ubicamos Historia de los grandes viajes y de los grandes viajeros. En ella se narran a modo de aventuras los grandes viajes y los principales viajeros que han habido a lo largo de la historia de la humanidad. En el segundo grupo hallamos Descubrimiento de la Tierra, Los grandes navegantes del siglo XVIII y Los grandes exploradores del siglo XIX. Todas ellas presentan unos rasgos similares. No solamente tratan la historia de los descubrimientos y exploraciones geográficas sino también toda aquella problemática que se suscitaba a los ojos de los geógrafos del momento, como por ejemplo la magnitud de la Tierra, su forma y figura, la medida del grado meridiano, o las dificultades de confección del mapa de Francia. Aparecen junto a los nombres de los grandes navegantes (James Cook, La Pèrouse…) otros menos conocidos pero de gran importancia como Cassin, La Hire, o Picard.

Por último, de carácter más geográfico tenemos la Géographie Illustrée de la France. Está constituida por dos partes. En la primera se hace una introducción general a las características y maravillas del país, «situado en el centro de todos los caminos de todos los pueblos».(108) Esta parte está íntegramente realizada por Thèophille Lava1lée. A su muerte, Hetzel ofrecerá la continuación de la obra a nuestro escritor. En la segunda parte se hace una recopilación de datos económicos, demográficos o sociales por departamentos, añadiendo algún comentario de carácter histórico. Es más una geografía estadística que otra cosa. No hay un planteamiento acerca de qué unidad de estudio es la adecuada, y tampoco existe interpretación alguna de los datos.

Es interesante destacar de esta última toda la filosofía que rige la elaboración y la necesidad de su aparición. Encargada y editada en tiempos de la guerra franco-prusiana y en un momento de psicosis progeográfica, esta obra pretendía llenar un hueco dentro de la cultura geográfica del público francés y así combatir «la ignorancia, la mayor enemiga de las sociedades modernas». El conocimiento del territorio se considera necesario para cualquier gobierno : «una de las bases esenciales de la administración, tomando este concepto en su más amplia acepción, es la del conocimiento exacto de la extensión del país a administrar, de la posición de ciudades y pueblos, para establecer y delimitar los distritos administrativos, judiciales y militares, para organizar la defensa material, para determinar el trazado de rutas y caminos».

Esta necesidad de conocer el país se convierte en algo esencial para el propio país y su progreso. Parecen querer decir junto con Drapeyron: «el mundo pertenecerá a quien mejor lo conozca».(109) En el prólogo a esta Geógraphie todavía no han llegado tan lejos, pero los ánimos están exaltados ya y llaman la atención de los sabios, economistas o comerciantes para que siempre tengan en mente los mapas del propio país… y el de los vecinos, pues: «No conocer el país, es 1levarlo a la perdición, en nombre de la patria».

La Geografía en los «Viajes extraordinarios». Las enseñanzas de la Geografía

Cuando J. Hetzel decidió incluir los Viajes Extraordinarios dentro de un plan educativo de la juventud, no se equivocaba. No había de ser sólo la pretensión de ofrecer de forma asimilable al lector todos los conocimientos científicos del momento, en un afán vulgarizador. Se trataba de enseñar mediante la propia aventura.

El lector se introduce dentro del relato y, siguiendo el método educativo de Rousseau, aprende a partir de la propia experiencia. P. Kropotkin escribía en 1885: «Relatos del hombre luchando contra las fuerzas hostiles de la Naturaleza ¿Qué mejor se puede encontrar para inspirar al niño el deseo de desentrañar estas fuerzas». Más adelante continúa: «nada es más fácil que despertar en una joven mente la capacidad de comparación mediante el relato de historias de países lejanos, de sus plantas y animales, de sus paisajes y fenómenos, siempre que plantas y animales, ciclones y tormentas, erupciones volcánicas, guarden relación con el hombre».(110) Sin duda alguna, podríamos creer que hay una clara alusión hacia las novelas de J. Verne. Relatos tales como Los hijos del capitán Grant y Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el Africa austral están repletos de pruebas e impedimentos que dificultan a sus respectivos héroes la consecución de sus objetivos. Como ya hemos expresado en otro lugar, el hombre es un elemento fundamental de las sagas vernianas, sin el cual todo el cosmos pierde todo su sentido.

Pero nuestro autor no pretende tan sólo despertar en los jóvenes de la futura sociedad científico e industrial, que propugnaba Saint-Simon, esta preeminencia del hombre sobre la Naturaleza y su deber de descubrir sus secretos, sino que los educaba en la solidaridad y fraternidad universal, y en la justicia.

Para P. Kropotkin en su artículo «What Geography Ought to Be»(111) la tarea de la Geografía se resume en tres objetivos : «debe despertar en los niños la afición por la ciencia natural en su conjunto; debe enseñarles que todos los hombres somos hermanos cualquiera que sea su nacionalidad; y debe enseñarles a respetar a «las razas inferiores». Finaliza el párrafo diciendo: «Si esto se admite, la reforma de la educación geográfica es inmensa: consiste en nada menos que en la completa renovación de la totalidad del sistema de enseñanza de nuestras escuelas».

Verne se anticipa a Kropotkin y educa a la juventud en estos tres principios. Recordemos al personaje joven, adolescente, ignorante, a quien se le inicia en los secretos del cosmos. Michel Ardan en el espacio interplanetario, Axel en las profundidades de la Tierra, Roberto Grant en el conocimiento geográfico… Por qué no recordar también estas pequeñas comunidades libertarias, como la que se forma en la Isla Misteriosa, fundada en la solidaridad y fraternidad, o la fraternidad apasionada de los hermanos de espíritu que van apareciendo a lo largo de los Viajes Extraordinarios. Verne no sólo educa en el saber. La aventura verniana sirve para formar a aquellos hombres que dirigirán la sociedad futura: la sociedad del progreso y de la felicidad humana.

El artificio geográfico

Muchas de las novelas de nuestro escritor están basadas en artificios geográficos.(112) ediante este recurso, un problema de índole geográfica sirve de hilo argumental y crea todo un continuo de hipótesis que tenderán a resolverlo. Este es el caso de por ejemplo Viajes y aventuras del capitán Hatteras, en el que se intenta verificar la presencia o no de un mar libre de hielos cerca del polo Norte. O bien una terminología toponímica doble es capaz de volver loco al mejor geógrafo de la Sociedad Geográfica de París, Santiago Paganel, en la búsqueda del capitán Grant.(113) O ¡qué cantidad de enigmas botánicos, zoológicos y geográficos puede acarrear una incorrecta localización en el espacio! cosa que ocurre en Un capitán de quince años.

Otro tipo de artificio geográfico consiste en aquel a partir del cual, cualquier situación o excusa es buena para pasear al lector a lo largo y ancho del planeta. En este sentido, tanto La vuelta al mundo en ochenta días, como Veinte mil leguas de viaje submarino sirven como ejemplos. En la primera, una apuesta es el motivo para que Phileas Fogg, un excéntrico inglés, consiga dar una vuelta al mundo que le podía haber resultado fatal. En la segunda, un enigma de carácter zoológico será la causa de que el profesor Aronnax y sus amigos recorran todos los mares y océanos y resigan las costas más exóticas del planeta.

La geografía descriptiva

A lo largo de las páginas de los Viajes Extraordinarios se encuentran diseminados ejemplos de lo que se conoce como geografía descriptiva. Dentro de la aventura, no sólo es importante el argumento o problema científico a resolver. Un elemento básico lo constituye el propio paisaje, el escenario donde los personajes sienten, piensan, se recrean y encuentran la solución. Verne aborda esta cuestión y se deleita en descripciones puntillosas que van desbrozando cada uno de los elementos del paisaje, permitiendo al lector recomponerlos en su imaginación. Descripciones vivas, llenas de verdad científica, a la manera de Humboldt o de Reclus.

Quizás la mejor manera de definir este modo de hacer sea a partir del concepto de «paisajismo romántico positivista». Con ello queremos indicar la idea de un cuadro en el que todos los elementos adquieren una considerable importancia en la consecución de un equilibrio final. El adjetivo «positivista» quiere significar un rigor científico tanto en el momento de observar como en el momento de utilizar una terminología apropiada y precisa. De todo ello se consigue una geografía descriptiva que refleja fotográficamente aquello que se explica, de modo que el espíritu científico del lector pueda recrearse en la verdad positiva.

¿En qué basaba esta minuciosidad y precisión? Se sabe por sus biógrafos que Verne apenas viajó, y los pocos viajes que llegó a realizar sirvieron para ambientar unas pocas novelas. Norte contra Sur, Viaje al Centro de la Tierra o Maître Anfiter representan respectivamente un viaje a Estados Unidos, un viaje frustrado hacia la Europa nórdica y un pequeño crucero por el Mediterráneo. Sin embargo, este hombre de amplia cultura bibliográfica, cuyas informaciones se encargaba él mismo de poner al día, no precisaba viajar si otros lo hacían por él. Como ya se ha escrito, la abundancia de publicaciones geográficas -como Le Tour du Monde o los boletines de las sociedades geográficas- y obras monumentales de la geografía -como Nouvelle Geógraphie Universelle- le aportaban una gran cantidad de datos, y además fiables. Su trabajo consistiría en presentar toda esta información al lector sin que resultase fatigosa y sin que dificultase el ritmo del relato.

De él alguien comentó: «Por qué tener tan mal concepto de la geografía descriptiva cuando bajo la pluma de Jules Verne las descripciones devienen tan vivas, justas y precisas».(114) Verne a través de sus personajes o mediante la voz exterior del narrador se deleita detallando procesos y formas de la superficie terrestre (nuestra geomorfología) o la gradación vegetal a medida que se asciende una montaña, nos acercamos a la costa o nos aproximamos a tierras boreales (nuestra biogeografia); nos aporta datos sobre costumbres, razas, los pueblos, todo ello bajo un lirismo y riqueza que hace de su obra, sin duda, algo singular.

La geografía de los viajes y exploradores

El lector avezado a las novelas de Verne se acordará de esas largas peroratas eruditas -y pedantes- que exhiben de vez en cuando los personajes científicos de los Viajes extraordinarios. Nos referimos a las largas listas de navegantes, exploradores, aventureros o científicos que se adentraron y estudiaron tales tierras y tales rasgos geográficos. Desde el punto de vista actual todo ello nos puede resultar anecdótico. Sin embargo, debemos hacer notar que el lector decimonónico lo vivía como algo lleno de actualidad y verdaderamente emocionante. Le debía parecer increíble que un submarino encallase en el mismo mar que naufragara La Pèrouse,(115) o que se pudiera seguir con tanta veracidad la ruta que siguieron los exploradores en la búsqueda del paso del Noroeste, en unos relatos que, en el fondo, nadie sabía hasta qué punto todo lo que se contaba era real o imaginario, como sucedió con La vuelta al mundo en ochenta días.(116)

Esta geografía memorística de lugares, accidentes geográficos y exploraciones era lo que verdaderamente gustaba entre el público y con la que el mismo escritor se deleitaba. Ejemplos de estos «ecos del pasado»(117) que reviven en el presente son abundantes. Novelas tales como Aventuras del capitán Hatteras o Los hijos del capitán Grant, despiertan las voces del pasado de forma continuada y sirven de guía a los nuevos protagonistas (entre ellos el lector). Podríamos destacar, sin embargo, un aspecto más sutil de esta reviviscencia. Como señala J. Chesneaux, toda ella es una muestra de la conciencia que Verne tenía del método científico. El trabajo y los resultados del científico se basan fundamentalmente en «el poder acumulativo de la ciencia» y en su «carácter de adquisición colectiva».(118) Trabajo que se repliega sobre sí mismo, en un movimiento de búsqueda de antiguas teorías, y avanza un paso más en dirección hacia el progreso futuro.

La geografía de los mapas

No podíamos olvidarnos de un importante aspecto de la geografía como son los mapas. El mapa es un instrumento de uso corriente entre los personajes vernianos, tanto para el científico e ingeniero, como para el aprendiz. Hallamos en los Viajes extraordinarios dos tipos de problemas: la confección del mapa, y la toponimia. Ambos procesos son de lo más importante. En cuanto a la confección del mapa, donde mejor lo hallamos detallado es en Aventuras de tres rusos y tres ingleses. En ella se tratan temas de índole cartográfica, y por lo tanto, de indudable interés geográfico. Asuntos tales como la medida del grado meridiano, la adopción de un patrón de medida universal y racional, y la triangulación, son extensamente considerados por nuestro autor.

La medición del grado meridiano era un antiguo problema de los geógrafos del siglo XVIII, y estaba ampliamente relacionado con la posible forma y figura del globo terrestre. Verne hace una larga exposición histórica acerca de los sucesivos intentos realizados, y toda la problemática que representaba el obtener unas medidas lo más exactas posibles para la posterior elaboración de mapas. Relacionado con lo anterior estaba la adopción de un patrón de medida universal, necesidad propia de los geógrafos del XVIII y que una mentalidad positivista no podía dejar de considerar. A la adopción del «metro» como patrón universal, Verne dedica un capítulo entero. Por último, 1a triangulación es la técnica a partir de la cual se pueden calcular distancias y hacer levantamientos topográficos. Nuestro autor se extiende acerca de las últimas técnicas utilizadas, en un capítulo de lo más pedagógico.

Por lo que hace referencia a la introducción de la toponimia en un mapa, resulta suficientemente elocuente esta frase de S. Paganel:(119) «Un arroyo sin nombre es como una persona sin estado civil. No existe ante los ojos de la ley geográfica». Pero quizás resulte más clara la actitud que toman los personajes vernianos ante este tipo de problemática. Una actitud de recogimiento, de apariencia ceremonial, rodea todo el momento de colocar topónimos en los mapas. No se puede escoger cualquier nombre al azar. Por ejemplo, para el Dr. Clawbonny la toponimia es algo que relata la historia de los navegantes en su viaje hacia el polo: «Tengo ante mi, esta incesante sucesión de peligros, catástrofes, obstáculos, triunfos, desesperaciones, esperanzas, mezcladas con los grandes nombres de mi país y con una serie de medallas antiguas. Esta nomenclatura me traza la historia de estos mares».(120)

Pero donde se recogen mejor ambos aspectos anteriormente citados es en La Isla Misteriosa. En ella, unos náufragos del aire, colonos -como se querrán llamar- de la nueva tierra, necesitan conocer su localización en el globo, por un lado, y por otro, necesitan apropiarse del territorio que van a habitar. Para todo ello calcularán sus coordenadas geográficas, y después confeccionarán un mapa en el que señalarán todos los accidentes geográficos y demás características que les ayudarán a orientarse, y a conocer y dominar la isla. Pero no era suficiente, y así lo expresa Cyrus Smith: «Un instante, amigos míos. Me parecería bien dar un nombre a esta isla, así como a los cabos y promontorios, o a los cursos de agua que tenemos delante de nuestros ojos». Al momento los cinco americanos se dedican a esta tarea. Bautizan con sus nombres y con nombres que les evocan su propio país los principales accidentes geográficos, pues «éstos nos recordarán, amigos míos, a nuestro país y a los grandes ciudadanos que lo han honrado». Para los otros accidentes de menor importancia les adjudicarán nombres que, a fines prácticos, serán fáciles de memorizar. Por último, a la isla la bautizarán, como unionistas que son, «con el nombre del gran ciudadano que lucha en este momento por defender la unidad de la República Americana. ¡Llamémosla Lincoln! Tres hurras fueron la respuesta dada a la proposición del ingeniero».(121)

Un geógrafo llamado Paganel

«Mi nombre es Santiago Paganel, Secretario de la Sociedad Geográfica de París, miembro correspondiente de las sociedades de Berlín, Bombay, Darmstadt…, miembro honorario del Real Instituto Geográfico y Etnográfico de las Indias Orientales que después de haber pasado más de veinte años de mi vida haciendo estudios de gabinete, he querido entrar en la ciencia militante».(122)

Así se presenta el único geógrafo que aparecerá a lo largo de los Viajes Extraordinarios. Es un hombre enciclopédico, versado en botánica, zoología, etnografía, astronomía, climatología, topografía, geología, geografía histórica… Acompañará a Lord Glenarvan en su expedición en búsqueda del paradero del capitán Grant. El será el encargado de descifrar un borroso documento hallado en el interior de una botella, y él será el burlado, finalmente, por la doble nomenclatura que recibe una isla del Pacífico. Paganel instruye a Robert Grant, de doce años, en la geografía. Explica a los miembros de la expedición las causas de algún hecho geográfico que les esté afectando, y al mismo tiempo les advierte de las dificultades que pueden hallar en su camino. Sus conocimientos, y distracciones geográficas, pondrán a salvo más de una vez a los expedicionarios. Paganel no sólo instruye y entretiene, sino que también aprende e interpreta. Para él «todo es curioso a los ojos del geógrafo. Ver, es una ciencia». Además, como buen geógrafo reconoce y admira el trabajo de sus predecesores a los que nombra: Vivian de Saint-Martin, Malte-Brun, Sainte-Claire Deville, Humboldt, o Bonpland son unos cuantos personajes de esta galería geográfica.

A pesar de toda esta abrumadora descripción de Paganel, no es él el único personaje que posee conocimientos geográficos. Hombres de la talla del Dr. Clawbonny,(123) o Cyrus Smith(124) van apareciendo a lo largo de los relatos de Verne. El hombre sabio, científico o ingeniero, de una determinada aventura poseerá necesariamente una formación enciclopédica. A modo de explorador, penetrará en los confines del globo, donde merced a sus conocimientos geográficos le «permitirá situarse, localizarse en el espacio y, por otra parte, comprender aquello que sucede, mirar de preverlo y poderse, así, adaptar».(125)

Será este hombre quien con sus conocimientos acerca de la naturaleza podrá dirigir el grupo y, por extrapolación, la sociedad. La geografia es pues, algo más que unos conocimientos históricos. Es una interpretación global de todos los elementos que conforman el cosmos, entre los que se encuentra el propio hombre. Es la clave de la interpretación de la naturaleza. Un libro abierto:

«Generalmente -dijo Paganel- el «pampero» produce temporales de tres días que la depresión del mercurio indica de manera cierta. Pero cuando el barómetro sube, como ahora, todo se reduce a unas cuantas horas de ráfagas furiosas. Tranquilícese pues, mi buen amigo, que al amanecer, el cielo habrá recobrado su habitual pureza.

– Habla usted como un libro, Paganel -dijo Glenarvan-.
-Y lo soy -repuso el geógrafo-. Un libro que puede usted utilizar siempre que lo desee».(126)

Los enigmas del globo

Cuando Verne tituló bajo el nombre de Viajes extraordinarios a los Mundos conocidos y desconocidos la colección de novelas y relatos que a partir de 1862 comienza a escribir, cumplía sus verdaderos designios.

Viajes a las zonas desconocidas del globo: al Africa central, en Cinco semanas en globo y Un capitán de quince años; al Africa austral, con tres rusos y tres ingleses; al continente australiano y América del Sur con Los hijos del capitán Grant… con Hatteras al polo Norte, M. Strogoff a las estepas rusas… podríamos seguir. El mapa del mundo a finales del XIX presentaba grandes claros con un solo nombre: «Tierra incógnita». Y en ellas no sólo se aventuraban Franklin o Livingstone, sino también el Dr. Ferguson, Hatteras, y sus lectores.

No obstante, el globo terrestre presentaba aún más enigmas. Comenzaban los viajes a los lugares más innaturales para el Hombre. Aquellos espacios cuya intromisión representaba despertar las más terribles leyendas y mitologías del pasado de la humanidad Nos referimos a las profundidades marinas, al interior de la Tierra, y, por qué no, al espacio aéreo. Esta intromisión en el espacio legendario hará que tanto el profesor Liddenbrock, como el capitán Nemo y Robur sean, o bien expulsados, o bien desaparezcan para siempre de forma misteriosa. A Liddenbrock se le negará la posibilidad de abordar el centro de la Tierra, mientras que Nemo y Robur serán tragados por el mar. Todo ello sin que el hombre de: XIX, el lector impotente, pueda llegar a apreciar la realidad de sus aportaciones.

En contraposición, los visitantes del espacio sideral tendrán una acogida más benévola. Héctor Servadat y Viaje a la Luna con sus dos partes, forman esta serie. Pero la inmensidad de la superficie terrestre, ese espacio a descubrir y dominar se le comienza a hacer pequeño al hombre del XIX. El tren, elemento muy corriente en los Viajes Extraordinarios, el buque de vapor, que ayudado todavía por las velas surca los mares más inhóspitos, y el telégrafo, son tres elementos que colaboran en este empequeñecimiento del espacio. El espacio se vuelve, por así decir, relativo. Y con el espacio, el tiempo. Phileas Fogg lo demuestra. Con cada grado que cruza yendo hacia oriente, reduce en cuatro minutos la duración del día. De este modo, al cabo de 360º habrá ganado un día.(127)

El tiempo es una variable también relativa. Se puede retroceder en el tiempo. Axel y su tío, el profesor Liddenbrock, en el momento que se adentran hacia el interior de la Tierra, inician al mismo tiempo un viaje hacia el pasado. Retroceden en el tiempo geológico remontándose hasta los orígenes del hombre. Llegan incluso a reencontrarse con Adán, un gigante de unos doce pies de altura, cabeza de búfalo y crines de león -el Minotauro- y con él, los grandes reptiles del Mesozoico.

El tiempo, considerado como cualquier otro enigma del globo, enigma a descifrar, se tiñe en los Viajes extraordinarios con la idea de un eterno retorno. El tiempo se vuelve circular. Jules Verne insiste en esta visión pesimista de la historia. No existe un progreso futuro, sino un regreso a los orígenes. A sus 78 años, con tanta energía derramada y una parálisis que le inmoviliza, no podía ser de otra forma. Y así lo expresa a través del zartog Sofr-Ai-Sr, una trasposición del nombre Zarathoustra :

«¿Llegará el día en que se satisfaga el insaciable deseo del hombre? ¿ Llegará el día en que éste, habiendo acabado de escalar la pendiente, pueda reposar sobre la cima al fin conquistada? (…). Plegado bajo el peso de los vanos esfuerzos acumulados en el infinito de los tiempos, el zartog Sofr-Ai-Sr adquiría lentamente, dolorosamente, la íntima convicci6n del eterno recomienzo de las cosas»(128) El 24 de Marzo de 1905, aquejado por múltiples enfermedades, perecía diciendo a cuantos le rodeaban: «Sed buenos».

NOTAS

1. M. SERRES, véase BELLOUR, 1968. págs. 49-57.

2. ALLOTE DE LA FUYE, Jules Verne sa vie, son oeuvre, París, Ed. Hachette,1928, citado por M. SALABERT, 1985, pág. 49.

3. S. ALEXANDRIAN, 1979, pág. 8.

4. Ibidem, pág. 11.

5. F. MANUEL, 1979, pág. 80.

6. S. GINER, 1984, pág. 468.

7. F. MANUEL, 1979. pág. 97.

8. Ibidem, pág. 94.

9. Ibidem, pág. 158.

10. S. GINER, 1984, pág. 473.

11. S. ALEXANDRIAN, 1979. pág. 409.

12. J. MARIAS, 1971, pág. 327.

13. S. GINER, 1984. pág. 595.

14. S. ALEXANDRIAN, 1979, pág. 436.

15. M. WEBER, 1985, pág. 16.

16. A.COMTE, 1984. págs. 75-79. El párrafo que acompaña esta penúltima contraposición es: «Bajo este aspecto indica una de las más eminentes propiedades de la verdadera filosofía moderna, mostrándola destinada sobre todo, por su naturaleza, no a destruir sino a organizar».

17. A. COMTE, 1984, págs. 75-79.

18. Ibidem. pág. 44.

19. H. CAPEL, 1981, pág. 275.

20. J. D. BERNAL, 1979, págs. 411-413.

21. Ibidem, 1979, pág. 413.

22. LAMARTINE, Des Destinées de la Poesie, citado por M. CROSTAND, 1976, pág. 847.

23. M. SALABERT, 1985, pág 115.

24. Ibidem, pág 116.

25. P. VERSINS, en BELLOUR, 1968, pág. 39.

26. M. FOUCAULT, en BELLOUR, 1968. pág. 44.

27. F. LACASSIN, en BELLOUR, 1968, pág. 128.

28. Ibidem, pág. 127.

29. M. SALABERT, 1975, pág. 11.

30. J. VERNE, Los náufragos del Jonathan, 1909 (edición 1981, pág. 137).

31. M. SALABERT, 1975, pág. 11.

32. ALLOTE DE LA FUYE, Jules Verne sa vie, son ouvre, Paris, 1928. Citado por J. CHESNEAUX, 1973, pág. 51.

33. S. ALEXANDRIAN, 1979, pág. 10.

34. M. SALABERT, 1985, pág. 7.

35. P. LOUYS, Lettres. 1949, Citado por M. MORE. Véase BELLOUR, 1968, pág. 18.

36. J. CHESNEAUX, 1973, págs. 50-76.

37. J. VERNE, Veinte mil leguas de viaje submarino, 1870 (edición de 1972)

38. Ibidem, 1870, y La isla misteriosa, 1874 (edición de 1986).

39. J. VERNE, Las Indias negras, 1877, y La Isla Misteriosa, 1874.

40. J. VERNE, Héctor Servadac, 1877, y Aventuras de tres rusos y tres ingleses, 1872

41. P. LOUYS, Lettres, 1949, citado en BELLOUR, 1968, pág. 18.

42. M. SALABERT, 1985, pág. 72.

43. J. CHESNEAUX, 1973, pág. 94.

44. Ibidem, 1973, pág. 95.

45. J. VERNE, La isla Misteriosa, 1874.

46. J. VERNE, Sens dessus dessous, 1889.

47. J. VERNE, La invasión del mar, 1905.

48. Ha sido víctima de un atentado. Las heridas producidas le ocasionarán, ya una cojera perpetua, ya una semiinvalidez. Ello le motivará el vender su barco y separarse definitivamente del mar.

49. M. SALABERT, 1985, pág. 291.

50. D. COMPERE, Jules Verne, consejero municipal, en «Les Cahiers de I’Herne», nº 25, págs. 127-140; citado por SALABERT, 1985, pág. 289.

51. P. VERSINS, véase BELLOUR, 1968, págs. 39-103.

52. J. VERNE, Los quinientos millones de la Begún, 1879 (edición de 1986, págs. 116-126).

53. Ibidem, 1879.

54. J. VERNE, Mathias Sandorf, 1885, págs. 318-320.

55. J. VERNE, Los hijos del capitán Grant, 1867-68 (edición de 1955, p. 151).

56. Ch. FOURIER, Plan de una ciudad del sexto periodo; citado por F. CHOAY, 1983, pág. 124.

57. J. VERNE, Las Indias negras, 1877, pág 4. Sigue diciendo: «Habéis vivido en la mina, vaciada por vuestras manos. El trabajo ha sido duro. Nuestra gran familia se va a dispersar, pero no olvidéis que durante mucho tiempo hemos vivido juntos, y que entre los mineros de Aberfoyle es un deber ayudarse».

58. J. CHESNEAUX, 1973, págs. 101-133.

59. P. LOUYS, 1949: citado en BELLOUR, 1968, pág. 18.

60. SALABERT, 1985, pag. 321.

61. Ibidem, 1985, págs. 319-328.

62. P. VERSINS, véase BELLOUR, 1968, págs. 89-90.

63. M. SALABERT, 1985, pág. 68.

64. P. VERSINS, véase BELLOUR, 1968, pág. 103.

65. F. LACASSIN, véase BELLOUR, 1968, pág. 109.

66. P. VERSINS, véase BELLOUR, 1968, págs. 39-102.

67. Mª T. VICENTE MOSOUETE, 1983, pág. 31.

68. J. VERNE, La vuelta al mundo en ochenta días, 1873.

69. J. VERNE, Cinco semanas en globo, 1863.

70. J. VERNE, Los hijos del capitán Grant, 1867-68.

71. J. VERNE, Viaje al centro de la Tierra, 1864.

72. J.VERNE, Viajes y aventuras del capitán Hatteras, 1867.

73. J. VERNE, Los quinientos millones de la Begún, 1879.

74. J. VERNE, La sorprendente aventura de la Misión Barsac, 1920.

75. J. VERNE, El castillo de los Cárpatos, 1892.

76. J. VERNE, La sorprendente aventura de la Misión Barsac, 1920.

77. J. VERNE, Los quinientos millones de la Begún, 1879. El efecto producido por esta bomba habría de ser bastante curioso. Consistiría en producir unas temperaturas tan extraordinariamente bajas, que cualquier género de vida seria imposible durante largo tiempo.

78. M. FOUCAULT, véase BELLOUR, 1968, págs. 37-47.

79. Ibidem, pág 43.

80. F. NIETZSCHE, 1883-85, (edición cast., 1987).

81. J. VERNE. Los naufragos del Jonathan, 1909, pág. 345.

82. M. SERRES, véase BELLOUR 1968, págs. 49-57.

83. J. VERNE, Veinte mil leguas de viaje submarino, 1870.

84. J. VERNE, Las Indias Negras, 1877.

85. J. VERNE, La vuelta al mundo en ochenta días, 1873.

86. J. VERNE, Aventura de tres rusos y tres ingleses, 1872 (edición del año 1956, pág. 16).

87. M. SALABEIRT, 1985, págs. 78-80; J. CHESNEAUX, 1973, pág. 49.

88. J. H. RANDALL, 1953.

89. J. H. RANDALL, 1953, pág. 202.

90. J. VERNE, Veinte mil leguas de viaje submarino, 1870 (edición de 1972, pág. 63).

91. H. CAPEL, 1985, pág. 3.

92. N. BROC, 1975, pág. 190.

93. Ibidem, pág. 191.

94. Ibidem, pág. 191.

95. H. CAPEL, 1985, pág. 43.

96. Cit. en H. CAPEL, 1981, pág. 175.

97. Ibidem, 1981, pág. 176.

98. RANKE, Über die Epochen der Neuerin, 1854, pág. 165; citado por W. J. MOMMSEN, 1984, pág. 5.

99. M. T. VICENTE MOSOUETE, 1983, pág. 82.

100. Ibidem, 1983, pág. 81.

101. GOMEZ MENDOZA, 1982, pág. 20.

102. Ibidem, 1982, pág. 20.

103. H. CAPEL, 1981, pág. 27.

104. Ibidem, 1977, pág. 13.

105. Sobre Elysée Reclus remitimos a VICENTE MOSOUETE, 1983.

106. B. GIBLIN, 1978, págs. 76-90.

107. J. VERNE: citado por M SALABERT, 1985, pág. 193.

108. J. VERNE, Geographie Illustrée de 1a France, 1871. pág. 1.

109. Citado en VICENTE MOSOUETE, 1983, pág. 89.

110. P. KROPOTKIN, What Geography Ought to Be, en «The Nineteenth Century», 1885, págs. 238-258. Texto traducido en GOMEZ MENDOZA, págs. 227-240.

111. Ibidem, 1885; GOMEZ MEDINA, 1982, pág. 229.

112. J. CHESNEAUX, 1973, pág. 101.

113. J. VERNE, Los hijos del capitán Grant, 1867-68.

114. B. GIBLIN, 1978, pág. 79.

115. J. VERNE, Veinte mil leguas de viaje submarino, 1870.

116. M. Salabert nos cuenta el furor que causó esta novela entre el público. Se llegaron a realizar verdaderas apuestas sobre el éxito o fracaso del viaje de Phileas Fogg. M. SALABERT 1986, págs. 7-23.

117. M. SALABERT, 1975, pág. 11.

118. M. SALABERT, 1973, pág. 40.

119. J. VERNE, Los hijos del capitán Grant, 1867-68 (edición de 1955, pág. 39).

120. J. VERNE, Viajes y aventuras del capitán Hatteras, 1867 (edición de 1953. pág. 30).

121. J. VERNE, La isla Misteriosa, 1874 (edición de 1986, pág. 80).

122. J. VERNE, Los hijos del capitán Grant, 1867-68 (edición de 1955, pág. 22).

123. J. VERNE, Viajes y aventuras del capitán Hatteras, 1867.

124. J. VERNE, La isla Misteriosa, 1874.

125. B. GIBLIN, 1978, pág. 81-82.

126. J. VERNE, Los hijos del capitán Grant, 1867-68 (edici6n de 1955, p 57).

127. J. VERNE, La vuelta al mundo en ochenta días, 1873.

128. J. VERNE, El eterno Adán, 1910 (edición 1978, pág. 78)

Bibliografía utilizada de Jules Verne

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Géographie Illustrée de la France, París, Hetzel, 1868-71.

Viajes extraordinarios:

Cinq Semaines en Ballon [1863] edición cast., Barcelona, Ed. Arimany, 1958 Traducción: S. Nerval.

Voyage au centre de la Terre [1864] (edición cast., Madrid, Alianza, ed. 1975, nº 592. Traducción de M. Salabert.

Voyages et Aventures du Capitaine Hatteras [1867] (edición cast., Barcelona, Ed. Molino, 1953. Traducción: J. M. Huertas Ventosa.

Les Enfants du Capitaine Grant [1867-681 J (edición cast., Barcelona, Ed. Molino, 1955. Traducción de i. M. Huertas Ventosa].

Vingt Mille Liues Sous les Mers [1870] (edición cast., Barcelona, Ed.Molino, 1972. Traducción de Manuel Vallvé.

Aventures de Trois Ruses et Trois Anglais [1872] (edición cast., Barcelona, Ed. Molino. 1956. Traducción: J. M. Huertas Ventosa.

Le Tour du Monde en Quatrevingts jours [1873] (edición cast., Madrid, Alianza ed., 1986, nº 639. Traducción de M. Salabert].

L’ille Mystérieuse, 1874 (edición cast., Barcelona, Ed. Molino, 1986. Traducción: J. Gallardo.

Les Cinq Cents Millions de la Begúm [1879] (edición cast., Madrid, Ed. Debate, 1986. Traducción: César A. Comet.

Les Naufragés du Jonathan [19091 (edición cast., Barcelona, Ed. Bruguera, 1981. Traducción Nöele Boer.

L’eternal Adan en Hier et demain, contes et nouvelles [1910] (edición cast. Barcelona, lcária ed., 1978. Traducción de J. R. Macau.

NOTA: Las fechas entre corchetes corresponden al año en que fueron incluidas en la Bibliographie de la France, o en relación con el año de su Depósito Legal.

Los relatos y novelas correspondientes a los Viajes Extraordinarios fueron publicados en la Bibliothéque d’education et récréation de la editorial Hetzel.

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WEBER, Max: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Ed. Península, 1985.

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